Vientres subrogados: ¿Autonomía o explotación?

Sección: Opinión

Publicado el 22/06/2025 —
Por Edith Fischert
@efischert
Hablemos de los vientres subrogados. ¿Qué son realmente? ¿Por qué se utilizan? ¿Estamos ante “una práctica novedosa” que representa un avance en las libertades reproductivas? ¿o más bien frente a una nueva forma en que el capitalismo, una vez más, saca ventaja del cuerpo de las mujeres, especialmente de aquellas que viven en situaciones de vulnerabilidad económica?
La subrogación gestacional —también conocida como “vientres de alquiler”— ha ganado popularidad en los últimos años, al calor de discursos que la presentan como una opción médica avanzada o incluso como un acto de amor. Sin embargo, si analizamos esta práctica con una mirada crítica, desde una perspectiva de clase y género, se vuelve evidente que no es tan simple ni tan inocente como algunos quieren hacernos creer.
La subrogación consiste en que una mujer geste un embarazo para otra persona o pareja, generalmente a cambio de una compensación económica. En muchos casos, estos acuerdos están acompañados de cláusulas que regulan el comportamiento de la mujer gestante durante todo el embarazo: qué puede comer, qué actividades puede realizar, si puede mantener relaciones sexuales, entre otras restricciones. Es decir, no solo alquilan su capacidad de gestar, sino también su tiempo, su salud y su autonomía.
Aunque esta práctica se presenta como una opción libre, muchas veces las mujeres que acceden a este tipo de acuerdos lo hacen por necesidad económica, no por una verdadera libertad de elección. Aquí es donde debemos detenernos a reflexionar: ¿puede hablarse de libertad cuando las condiciones materiales obligan a una mujer a poner su cuerpo al servicio de otros para sobrevivir? ¿Es realmente una elección o es una forma de coacción estructural? La supuesta “libertad de elección” no puede analizarse al margen del contexto social y económico. No todas tenemos el mismo punto de partida.
No es casualidad que este “servicio” sea accesible principalmente para las clases con mayor poder adquisitivo. Una vez más, las élites económicas encuentran formas de resolver sus carencias —emocionales, biológicas o sociales— a través del dinero. Como si todo en la vida, incluso “el milagro” de gestar, pudiera comprarse. La capacidad de gestar se convierte en una mercancía más, y los cuerpos de las mujeres, en simples vehículos al servicio del deseo ajeno.
Este fenómeno no es tan nuevo como algunos lo presentan. Lo que sí es nuevo —y preocupante— es su normalización. Su aceptación sin crítica, como si se tratara de un servicio más del mercado, como quien pide comida por una aplicación o alquila un departamento por unos días. En lugar de cuestionar por qué algunas personas no pueden acceder a la maternidad de otras maneras, o pensar colectivamente en modelos más equitativos de crianza, preferimos optar por la vía más rápida: pagar por ello.
Incluso hay quienes defienden la subrogación como un acto de empoderamiento femenino. Pero ¿desde cuándo la explotación de cuerpos precarizados se considera un acto de empoderamiento? ¿A quién beneficia realmente esta práctica? La respuesta es obvia: a quienes pueden pagarla.
Hay casos alarmantes que nos muestran los límites éticos y humanos que se cruzan con esta práctica. Casos donde las mujeres dejan de ser sujetas de derechos para convertirse en incubadoras vivientes. Como sucedió en Georgia, Estados Unidos, donde Adriana Smith con muerte cerebral fue obligada a continuar con un embarazo debido a la ley antiaborto vigente, que le otorgaba "personhood" al feto. Su familia se oponía. No había esperanza médica de supervivencia, pero su cuerpo fue instrumentalizado por el Estado y el sistema legal. ¿Quién tenía el poder en esa situación? ¿Dónde quedó su derecho a una muerte digna? Fue tratada como una máquina, no como una persona. ¿Esto no es violencia? ¿No es la forma más cruda de explotación?
Y México no está tan lejos de vivir estas realidades. En estados como Tabasco o Sinaloa, donde la legislación ha sido más permisiva, ya se han documentado casos en los que mujeres de escasos recursos acceden a gestar para familias extranjeras, muchas veces sin una protección legal real. En un país con profundas desigualdades económicas y sociales, ¿podemos hablar de una “elección libre”? ¿Eso es autonomía o es una nueva forma de colonialismo corporal?
Es urgente preguntarnos: ¿A quién estamos protegiendo con esta práctica? ¿De verdad responde a una necesidad legítima, o es simplemente una carencia emocional de quienes pueden costearla, disfrazada de derecho? No se trata de minimizar el deseo legítimo de formar una familia, pero sí de preguntarnos a qué precio estamos dispuestos a cumplir ese deseo y, sobre todo, a costa de quién.
En el feminismo no podemos permitirnos romantizar estas prácticas. No podemos defender la autonomía de los cuerpos si al mismo tiempo aceptamos su mercantilización. La autonomía no es real cuando está condicionada por la necesidad. La libertad sin justicia social es una ficción. Y lucrar con la necesidad de las mujeres es un acto profundamente cruel, además de miserable.
El debate sobre los vientres subrogados no puede reducirse al simplismo liberal de “si una mujer quiere hacerlo, está en su derecho”. La autonomía no existe en el vacío. En un sistema que perpetúa la desigualdad, muchas veces lo que parece una elección, es en realidad una imposición disfrazada.
Nuestra lucha feminista tiene que incluir una crítica estructural a todas las formas de explotación, incluso a las que se disfrazan de libertad individual. La maternidad no debe convertirse en un servicio más al que se accede con una tarjeta de crédito. Debemos visibilizar que muchas veces detrás de estas decisiones hay una necesidad económica que fuerza a las mujeres a convertir sus cuerpos en productos de consumo.
Por eso es urgente reforzar la protección de los derechos reproductivos de las mujeres. Es imprescindible avanzar hacia una legislación federal única que contemple la prevención de la explotación reproductiva, que ponga límites claros a esta práctica, y que no deje a las mujeres desprotegidas frente a la lógica del mercado. Porque nuestros cuerpos no están en venta, ni deben ser usados como recursos para resolver los deseos de otros.
La maternidad debe ser una elección, no una imposición económica ni un contrato comercial. Es tiempo de dejar de mirar hacia otro lado y comenzar a discutir, con seriedad, ética y sensibilidad, ¿Cuál es el modelo de sociedad que queremos construir?
#JusticiaReproductiva
#AutonomíaVSExplotación
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