La gentrificación como dispositivo neoliberal: ciudad, lucro y despojo

La gentrificación como dispositivo neoliberal: ciudad, lucro y despojo

Sección: Opinión

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Publicado el 24/07/2025 — Por Raúl Barajas @BarRaul
En el artículo anterior, abordamos el fenómeno de la gentrificación en México a través de casos en Ciudad de México, Oaxaca y Guadalajara, evidenciando cómo el capital inmobiliario y las plataformas de renta temporal han transformado las ciudades en territorios hostiles para sus propios habitantes. Siguiendo esta línea de análisis, profundizamos ahora en las raíces estructurales del problema; la noción de desarrollo urbano en clave neoliberal y la forma en que esta lógica convierte el espacio urbano en un campo de especulación, despojo y acumulación. Ciudades como dispositivos de acumulación de capital Desde los años ochenta, bajo el consenso de Washington y el auge del neoliberalismo global, las ciudades dejaron de ser espacios para garantizar derechos y se convirtieron en mercancía. El urbanismo pasó de planearse con sentido social a responder a la lógica del capital: atraer inversiones, encarecer el suelo, modificar los usos del espacio público y expulsar a las clases populares para sustituirlas por consumidores con mayor poder adquisitivo. David Harvey planteó que el urbanismo se volvió “la forma más concentrada de acumulación de capital”, y en este contexto, la gentrificación no es un fenómeno accidental, sino parte estructural del modelo. Lo que antes eran barrios obreros, zonas populares o comunidades vivas, hoy son territorios de oportunidad para desarrolladoras, fondos de inversión, constructoras y plataformas tecnológicas que extraen valor no del trabajo, sino del espacio. Privatización del espacio público y lógica extractiva El desarrollo urbano neoliberal redefine lo público como mercancía: calles, parques, plazas y centros históricos se rediseñan no para el uso común, sino para la atracción turística y la inversión extranjera. Se “mejoran” las zonas para los visitantes, mientras se desplaza a sus pobladores. Este fenómeno es evidente en lugares como Berlín o Lisboa, donde los residentes son expulsados de sus barrios, o en París, donde el centro se convierte en un parque temático para turistas y ricos. En el caso mexicano, la CDMX es el ejemplo más nítido: barrios como la Roma, la Condesa, Santa María la Ribera o el Centro Histórico fueron cooptados por esta lógica. Lo mismo ocurre en Oaxaca, donde el “rescate” del centro colonial ha significado la expulsión silenciosa de comerciantes y habitantes locales; y en Guadalajara, donde el corredor Chapultepec y sus alrededores son el nuevo laboratorio de “revitalización”, al servicio de intereses empresariales. Especulación, corrupción y el mercado del suelo La especulación inmobiliaria es el alma de la gentrificación: se compra barato para rentar o vender caro. Esto es posible gracias a una red de privilegios legales, fiscales y políticos que permite a grandes consorcios modificar el uso de suelo, obtener licencias exprés y operar sin regulaciones reales. El valor del terreno no se basa en su utilidad social, sino en su rentabilidad financiera. Todo esto es viable solo mediante la complicidad con funcionarios, jueces, legisladores y gobiernos locales. En el artículo anterior mencionamos los esfuerzos frustrados desde el Congreso del Estado de Jalisco para limitar estas prácticas. Se intentó establecer un límite al precio de las rentas según el valor catastral de los inmuebles, además de restringir la renta de corto plazo a un solo inmueble por persona y regular las plataformas de hospedaje. Sin embargo, la alianza entre inmobiliarias, intereses transnacionales y partidos como Movimiento Ciudadano bloqueó esas iniciativas, evidenciando cómo la corrupción es el lubricante de la máquina gentrificadora. El derecho a la ciudad y la disputa por el territorio Como bien señala Carla Escoffié en País sin techo, el problema no es solo el acceso a la vivienda, sino al territorio como espacio de vida digna. La gentrificación desarticula comunidades, destruye redes sociales, borra memorias colectivas y convierte la ciudad en un escaparate para unos pocos. El derecho a la ciudad, entendido como el derecho a habitar, transformar y decidir sobre el entorno urbano, es hoy una de las principales víctimas del modelo neoliberal. Urge revertir esta lógica. La vivienda debe dejar de ser vista como una mercancía y entenderse como un derecho humano básico. Esto no se logrará con “parches”, como subsidios a la demanda o incentivos fiscales, sino con reformas profundas que limiten la especulación, fortalezcan la planificación urbana democrática y recuperen el control popular sobre el suelo. La lucha contra la gentrificación no es nostalgia urbana ni resistencia cultural: es una lucha por la justicia social, por la soberanía del territorio y por la defensa del derecho a vivir en la ciudad.