¿QUIÚBOLE CON LAS INUNDACIONES EN GDL? Manual para sobrevivir al mismo charco de siempre

Sección: Jalisco se Cuece Aparte

En Guadalajara llueve y se repiten las escenas de siempre. Tinacos flotantes, el mercado de abastos convertido en “clavódromo” improvisado, túneles tragándose autos, y la misma pregunta flotando: ¿en serio todavía nos sorprende? Aquí todo temporal trae su espectáculo, y lo único que cambia es la fecha del boletín oficial. Para explicarlo con la seriedad que amerita, presentamos este manual de autoayuda para sobrevivir al mismo charco de siempre. No resuelve nada, pero al menos ayuda a entender por qué seguimos nadando en círculos.
La primera lección es reconocer que el guion es viejo. La ciudad se acostumbró a tapar ríos como quien barre la mugre bajo la alfombra: Plaza del Sol sobre el Chicalote, Plaza Patria sobre el Atemajac, fraccionamientos en las laderas que antes absorbían agua. Hoy la factura suma más de 580 zonas de inundación en la metrópoli, 180 de ellas catalogadas como muy peligrosas. No son lluvias atípicas: es un urbanismo que decidió ahogarse por negocio y después llamar a eso “progreso”.
La segunda enseñanza del manual es no creerle al discurso gráfico. Cada año, las autoridades anuncian mapas, apps, sensores y “protocolos”. Bonitas infografías que no flotan. Los mismos puntos vuelven a caer: Niños Héroes e Inglaterra, “choques Mateos”, 8 de Julio y Washington, Mariano Otero con Lázaro Cárdenas. Algunos túneles alcanzan seis metros de profundidad cuando se llenan de agua. Y no hablamos de metáforas: hablamos de autos arrastrados, e incluso fallecidos. La palabra “mitigación” no sirve de salvavidas.
Otra regla no escrita: el agua sube, pero la tarifa sube más. El SIAPA aumenta casi 10% su cobro y la factura llega antes que el alivio. La paradoja es cruel: se paga más por un servicio que en la práctica se ahoga en su propia incompetencia.
El manual incluye también un capítulo doméstico. Vecinos acomodando ladrillos bajo el sillón cada temporada de lluvias. Lo hacen sabiendo que el agua entrará sin tocar la puerta. Afuera, funcionarios con casco dan conferencias. Adentro, la gente incorpora la inundación a la rutina: impermeable colgado, muebles elevados, documentos importantes en bolsas de plástico bajo el sillón y paciencia como único salvavidas.

El humor tapatío se cuela entre estas páginas. Videos de clavados en el Abastos, memes, comparaciones con Venecia. Risa amarga, desahogo momentáneo. Pero la carcajada no tapa el hedor del drenaje ni rescata al automóvil varado. El humor salva el ánimo, no los carros y las vidas. Y cada chiste recuerda que lo que aquí se normaliza, en cualquier otra ciudad sería motivo de renuncia.
Lo que no suele decirse es lo más evidente: el drenaje tiene más de medio siglo, los colectores ya no soportan la ciudad que les cayó encima, los cauces se borraron para abrir espacio a plazas y fraccionamientos, y el gobierno invierte más en conferencias que en bocas de tormenta. No nos inunda la lluvia: nos inunda la soberbia de quienes confundieron modernidad con concreto.
Si este instructivo quiere tener utilidad, al menos debe apuntar soluciones. No se trata de repartir salvavidas con logotipos, sino de invertir en drenajes profundos, en colectores reales, en cauces que vuelvan a ser cauces, en suelos que respiren y en parques que funcionen como vasos reguladores en lugar de spots para fotos. Se trata de dejar de administrar el desastre y empezar a gobernar el agua.
Porque Guadalajara no se ahoga: la ahogan. Todo lo demás es escenografía: botas nuevas, mapas brillantes, discursos. Y la regla final, sencilla: si suben las tarifas, que bajen los charcos y las inundaciones. Si no, lo único que seguirá creciendo es la paciencia de quienes llevan décadas esperando que la ciudad deje de jugar a ser la Venecia tapatía.
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