Airbnblandia: la ciudad que se renta por noche

Sección: Jalisco se Cuece Aparte

Bienvenido a Airbnblandia, la ciudad boutique disfrazada de metrópoli. Aquí no se vive: se hace check-in. No hay vecinos: hay huéspedes temporales. Cada barrio es una atracción turística y cada habitante original es parte del decorado, hasta que la renta lo expulsa fuera del escenario.
El progreso se mide en filtros de Instagram: fachadas recién pintadas, banquetas pulidas, ciclovías brillantes… y un letrero invisible que dice “Se busca inquilino que pague en dólares”.
La gentrificación en Guadalajara no llega con excavadoras. Llega con sonrisas, renders y aroma a café espresso que cuesta lo mismo que un desayuno completo en el mercado. Te venden la “Guadalajara experience”: un tour por la americana en bici, brunch en Santa Tere, “Street Food Experience” en el mercado, atardecer en Ajijic con vino artesanal. Todo incluido, menos los vecinos de siempre. Esos sobran en la foto.
Las colonias no se “rehabilitan”: desalojan a su gente de siempre. La americana, Juárez, Providencia, Santa Tere… antes barrios vivos, hoy vitrinas para nómadas digitales que pagan por mes lo que un local gana en medio año. En 2025, las rentas subieron entre 5 % y 6 %. En diez años, el precio de la vivienda creció casi 70 %. Para rentar un cuarto hoy se necesitan dos sueldos mínimos. No es “mercado natural”: es un sistema afinado para expulsarte con modales.
Ajijic ya lo sabe: antes pueblo de pescadores, ahora “California mexicana” donde el dólar decide quién se queda y quién se va. Puerto Vallarta también: en la Zona Romántica, la mayoría de las viviendas ya son de uso temporal. El barrio se volvió hotel, y los vecinos de siempre viven lejos, pagando transporte caro para ir a trabajar a las casas que antes eran suyas.
Pero en Airbnblandia nadie habla de despojo. Le llaman “revitalización urbana” como si la ciudad estuviera enferma y la cura fuera sacar a los vecinos de su casa. Yo le digo lo que es: Un desalojo, decorado con corte de listón y globos. Una fiesta en tu propia casa a la que no estás invitado. Mientras te explican que es “por el bien de todos”, tus recuerdos se empacan en silencio rumbo a la periferia, donde el transporte es caro y malo, el agua escasea y el futuro huele a promesa incumplida.
El famoso cártel inmobiliario manda más que el propio ayuntamiento. Un puñado de familias y corporativos decide qué se construye, dónde y para quién. Y adivina: nunca es para ti. Entre 2019 y 2024, los desarrollos verticales pasaron de 162 a 407. Torres de lujo plantadas como hongos, vendidas en preventa a inversionistas que ni siquiera viven aquí. Resultado: un mercado inflado, inaccesible y diseñado para especular, no para habitar. Les da más miedo regular un Airbnb que enfrentarse al crimen organizado
Airbnblandia tiene reglas simples:
-El boleto de entrada se paga en dólares.

-Los que trabajan aquí cobran en pesos.
-Las fotos son gratis, pero vivir aquí te cuesta la vida.
Y como todo parque temático, hay personajes:
-El “vecino original” que ya no es vecino: vive a 20 kilómetros y pasa por su antiguo barrio como turista.
-El “nómada digital” que sonríe mientras ocupa lo que antes era tu casa.
-El “inversionista visionario” que habla de rescatar la ciudad, pero nunca la camina de noche.
-El “funcionario boutique” que inaugura banquetas mientras firma permisos para torres de lujo.
En este parque, el Ayuntamiento juega de guía turístico. La alcaldesa presentó este año su plan “Vivienda para Vivir Bien”. Suena bonito: vivienda accesible, ciudad compacta, repoblamiento. Pero en la función no apareció la palabra gentrificación. Ni una mención al acaparamiento, a las rentas abusivas o a la turistificación que devora colonias. En cambio, incentivos fiscales a desarrolladores, subsidios simbólicos a la renta para unos cuantos y promesas de “densificación” que suenan a torre nueva en terreno caro. Sin regulación de Airbnb, sin impuestos a vivienda vacía, sin ley de protección a inquilinos.
Nos dicen que es inevitable, que así es la modernidad. Mentira. La gentrificación es una decisión política. Y cada torre nueva en el centro es un voto en contra de quienes lo habitan. Un voto para la ciudad vitrina, para el maniquí urbano que sonríe tras un cristal mientras adentro ya no queda nadie.
En Airbnblandia hay mudanzas invisibles. No entran ladrones con capuchas: entran inversionistas con sonrisa y contrato. No se llevan tus muebles: se llevan tu calle entera. Cuando despiertas, tu barrio ya no es tu barrio: es un catálogo inmobiliario.
El derecho a la ciudad no se renta por noche ni se califica con estrellas. Se vive, se camina, se defiende. Y aquí, entre todos, tendremos que decidir si queremos una ciudad para las fotos… o para vivirla.
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