El ocaso del “orden internacional basado en reglas”: entre la hipocresía occidental y el ascenso de nuevas alternativas

Sección: Geopolítica

Durante las últimas décadas, las potencias occidentales (particularmente Estados Unidos y sus aliados del eje euroatlántico) han intentado sostener un relato según el cual el mundo se rige por un "sistema de orden internacional basado en reglas". Una fórmula elegante, jurídicamente ambigua, pero que encierra en su esencia una pretensión clara: imponer un sistema de dominación global que privilegia los intereses de las potencias que lo diseñaron, disfrazado de legalidad, civilización y derechos humanos. Sin embargo, ese relato hoy se resquebraja. Y no por presión externa, sino porque son los mismos promotores de ese "orden" quienes lo han vulnerado de forma sistemática.
El supuesto "orden basado en reglas" se presentó como sucesor moral del derecho internacional tradicional, especialmente tras el colapso de la Unión Soviética. Con la hegemonía estadounidense asegurada, el nuevo sistema consistía, básicamente, en lo que Washington, Londres y Bruselas decidieran que estaba bien o mal. Lo "legal" dejó de ser lo que dictaban las normas universales aprobadas en la ONU, y pasó a ser lo que convenía al interés geopolítico del momento. En ese contexto, las reglas sólo son reglas cuando sirven a los poderosos; cuando no, se ignoran o reinterpretan.
Hipocresía como doctrina de política exterior
Desde la guerra contra Yugoslavia en 1999, Occidente mostró el verdadero rostro del orden que pregonaba: mintió, manipuló imágenes, tergiversó hechos y bombardeó durante 78 días sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, en una clara violación del derecho internacional. A pesar de ello, se justificó con el eufemismo de "intervención humanitaria". ¿Resultado? Un país desmembrado, miles de muertos y la creación artificial de un pseudo Estado en Kosovo, aún no reconocido por gran parte del mundo.
La historia se repitió con Irak en 2003. Con pruebas falsas sobre armas de destrucción masiva (reconocidas como falsas por sus propios autores) Estados Unidos, con apoyo británico y complicidad silenciosa de Europa, invadió, destruyó y fragmentó un país que no había atacado a nadie en ese contexto especifico. Más de un millón de muertos, millones de desplazados, y hasta hoy, una nación convertida en terreno de conflictos sectarios e inestabilidad crónica. ¿Dónde están los tribunales internacionales que iban a juzgar a los responsables?
Tampoco se respetaron las reglas cuando se desató la guerra en Afganistán, ni cuando se destruyó Libia en 2011, eliminando al único Estado africano con sanidad y educación gratuitas, un ingreso per cápita superior al de muchos países del sur de Europa, y una estructura social que, señalada de autoritaria, garantizaba desarrollo. Las potencias occidentales armaron milicias y utilizaron a la OTAN como brazo armado de sus intereses. Hoy, Libia es un Estado fallido, donde florecen la trata de personas, la esclavitud y los señores de la guerra.
En 2014, las manos de Occidente también estuvieron metidas en el derrocamiento del gobierno legítimo de Ucrania. El llamado “Euromaidán” fue presentado como una revuelta democrática, pero fue, en realidad, una operación cuidadosamente financiada y dirigida por Estados Unidos, con apoyo logístico y mediático de Europa, que facilitó la llegada al poder de grupos ultranacionalistas y neonazis. Las consecuencias: una guerra civil, el despojo de derechos a la población rusoparlante, y una escalada que hoy tiene al mundo al borde de una guerra que puede escalar aún más.
Lo mismo ocurrió en Siria, donde Occidente armó y financió grupos terroristas bajo el pretexto de democratizar el país. La violación del derecho internacional fue constante, con bombardeos ilegales en territorio soberano, la ocupación militar de parte de su territorio y el saqueo de sus recursos petroleros. Irónicamente, las potencias que tanto claman por la integridad territorial cuando se trata de Ucrania, ignoran por completo este principio en otros contextos.
Irán e Israel: la prueba definitiva

El conflicto actual entre Irán e Israel representa quizá el colmo de esta hipocresía. Israel, con total impunidad, ha asesinado a científicos, comandantes militares y civiles iraníes; ha atacado infraestructuras dentro de Irán sin que ningún medio occidental lo condene formalmente. Y no conforme con cometer un genocidio en Gaza (con más de 60,000 muertos, en su mayoría mujeres y niños) ahora ha intensificado las provocaciones con ataques directos al territorio iraní.
Irán, por su parte, ha ejercido su derecho a la legítima defensa, como establece el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas. Pero la reacción occidental ha sido clara: no importa quién agrede, lo que importa es quién se defiende. Mientras Israel es presentado como víctima, Irán es demonizado por responder. Y en una jugada perversa, se amenaza a Irán con represalias, por hacer exactamente lo que el derecho internacional le permite.
El derecho como arma: selectivo, punitivo, ideológico
El problema de fondo es que el derecho internacional se ha convertido en un instrumento de dominación. Se usa para sancionar a Venezuela, a Cuba, a Siria, a Irán, a Rusia; pero jamás se aplica con igual rigor a Estados Unidos, Reino Unido, Francia, ni a sus aliados. La Corte Penal Internacional, por ejemplo, actúa solo contra líderes africanos o de países “incómodos”, pero jamás ha emitido una orden de arresto contra George W. Bush, Tony Blair y apenas lo hizo con Benjamín Netanyahu, pero inmediatamente gringos y europeos se la pasaron por el arco del triunfo. Esto a pesar de las evidencias abrumadoras de crímenes de guerra.
Los derechos humanos, por su parte, han sido instrumentalizados como una ideología. No se defienden por su contenido universal, sino como herramienta para castigar a gobiernos que cuestionan el orden económico neoliberal o que buscan caminos de soberanía. No se habla de derechos humanos en Gaza, pero sí se alzan banderas en Cuba por no permitir elecciones multipartidistas. Es una moral selectiva, profundamente cínica.
Hacia un nuevo orden multipolar
Frente a este escenario, es urgente repensar el sistema internacional. Ya no es posible confiar en las instituciones dominadas por Occidente ni en los marcos normativos que se aplican según conveniencia. En este contexto, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y nuevos países como Irán, Cuba y Arabia Saudita) representan una alternativa real para construir un nuevo orden mundial basado en el respeto a la soberanía, la diplomacia multilateral, la no injerencia y la cooperación económica justa.
Propuestas como una moneda común alternativa al dólar, bancos de desarrollo sin condicionalidades políticas, alianzas energéticas, científicas y tecnológicas entre países del Sur Global, están generando un reordenamiento profundo. No es casualidad que Occidente vea a los BRICS con desconfianza, representan el fin de su hegemonía y de su capacidad de imponer sus “reglas”.
El mundo no necesita más normas diseñadas para someter, sino principios auténticamente multilaterales, que emerjan del consenso entre pueblos y no de las élites de Washington, Londres o Bruselas. El fin del "orden basado en reglas" no es una tragedia, es una oportunidad para liberar al derecho internacional de su uso colonial, y devolverle su sentido original como herramienta para garantizar la paz, la justicia y la soberanía de los pueblos.
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