Morena: el riesgo de confundir base con clientela
Sección: Opinión
Publicado el 11/11/2025 —
Por Amaury Sánchez
Por estos días, en los rincones más apartados del país, Morena ha emprendido una tarea que, en teoría, suena heroica: reconstruir sus comités seccionales para devolverle al pueblo el control de su partido. La consigna es clara —o al menos eso dicen—: acabar con los cacicazgos, limpiar la casa, y devolver la voz a las bases.
Pero una cosa es el discurso y otra muy distinta el modo en que se ejerce. Porque lo que hoy se presenta como una refundación democrática bien puede ser, en la práctica, una repetición de la vieja liturgia priista que tanto se prometió enterrar.
Los nuevos comités y los viejos vicios
En los municipios donde Morena presume organización, la figura del “coordinador del bienestar” pesa más que la de cualquier militante de a pie. Y donde debería haber consenso, hay línea; donde debería haber participación, hay control; y donde debería brotar esperanza, brota la sospecha de que todo está decidido de antemano.
Los comités seccionales —esa estructura que debería pertenecer a los ciudadanos— están siendo formados, en muchos casos, por recomendación del presidente municipal, el regidor fiel, el diputado local agradecido o el servidor público que reparte programas como si fueran promesas.
El resultado: las bases, esas que alguna vez marcharon por convicción, se convierten poco a poco en clientela política. Y cuando el pueblo deja de ser base y se vuelve clientela, el poder deja de servirle al pueblo para servirse de él.
El espejismo del cambio
Morena nació del hartazgo, de la necesidad de construir un movimiento donde el ciudadano común tuviera voz sin pedir permiso a los de arriba. Pero el tiempo y el poder son corrosivos. Donde antes hubo convicción, ahora se cuela la comodidad del puesto, el aplauso fácil, la pequeña parcela de influencia.
El partido que se jacta de ser distinto corre el riesgo de parecerse demasiado a aquellos que tanto criticó. Porque no hay mayor derrota que reproducir los vicios del enemigo bajo la bandera de la transformación.
Los cacicazgos, dicen, se están exterminando. Pero los caciques —como los virus— mutan. Ya no usan sombrero ni cargan pistola: ahora portan credenciales del bienestar, se visten de funcionarios y hablan en nombre del pueblo.
Entre la base y el mando
Los nuevos comités podrían ser la oportunidad para reactivar la democracia interna, para que el militante que no pertenece a ningún grupo tenga voz y voto. Pero si esos comités son colonizados por los mismos actores que manejan presupuestos y candidaturas, el experimento se vuelve farsa.
El riesgo está en que el control político vuelva a imponerse sobre la convicción popular. Porque si los comités responden al regidor o al diputado —y no al ciudadano—, la estructura de Morena será tan sólida como un edificio con cimientos de arena.
La gran prueba
Morena enfrenta su prueba más seria desde que llegó al poder: demostrar que puede gobernarse a sí mismo sin caer en las trampas del poder. Si logra que los comités sean auténticos espacios de participación y no simples extensiones del aparato oficial, el partido consolidará su fuerza moral. Pero si los nuevos liderazgos son solo los viejos caciques con credencial nueva, el movimiento se agotará en su propia contradicción.
Y entonces, el pueblo que alguna vez creyó que este era su partido, volverá a sentirse ajeno, mirando desde fuera cómo los de siempre deciden por él.
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