Mercenarios colombianos: de Corea a Gaza, una maquinaria privatizada de violencia al servicio del imperialismo

Mercenarios colombianos: de Corea a Gaza, una maquinaria privatizada de violencia al servicio del imperialismo

Sección: Geopolítica

Foto del autor Publicado el 09/07/2025 — Por Raúl Barajas @BarRaul
En 1951, el “Batallón Colombia” fue enviado como parte del contingente aliado a la Guerra de Corea, bajo la bandera de Naciones Unidas, pero en realidad al servicio directo de los intereses militares de Estados Unidos. Fue el único país latinoamericano que participó en esa guerra lejana, y su papel fue poco recordado… salvo por los informes sobre brutales represiones contra población civil norcoreana, abusos de poder y tácticas crueles, que más tarde serían replicadas en conflictos internos.

Ese episodio no fue una anomalía. Fue el inicio de una doctrina militar estructurada en Colombia con lógica colonial, subordinada a Washington, y profundamente represiva. A partir de ahí, Colombia se convirtió en la fuerza auxiliar de facto de Estados Unidos en América Latina, un modelo de contrainsurgencia exportable, una maquinaria de guerra adaptada para matar campesinos, obreros y disidentes.

Décadas más tarde, las consecuencias están a la vista; hoy Colombia no solo es el país con más desplazados internos del hemisferio, sino también el principal exportador de mercenarios del continente, una especie de “marca registrada” en el negocio transnacional de la violencia. Y no es casual; detrás hay entrenamiento, doctrinas, ideología y complicidades de larga data.

DE SOLDADOS A MERCENARIOS: DEL PLAN COLOMBIA A LOS ESCUADRONES DEL NARCO

Tras años de recibir instrucción y financiamiento directo del Pentágono y de Israel, miles de exmilitares colombianos fueron convertidos en un producto de exportación. Ya no pelean por una bandera o por una causa política: pelean por contrato, por sueldo, por negocio. Lo que antes se llamaba "servir a la patria", hoy se llama "seguridad privada internacional". En la práctica, no son más que asesinos entrenados, muchas veces sin control legal ni moral.

En 2018, el presidente venezolano Nicolás Maduro sobrevivió a un intento de magnicidio perpetrado con drones explosivos en Caracas. Las investigaciones señalaron la participación de grupos entrenados en Colombia, con respaldo de sectores opositores venezolanos y de agencias estadounidenses. No era la primera vez que Colombia funcionaba como plataforma de agresión regional, pero sí fue una de las más evidentes.

En 2021, el presidente de Haití, Jovenel Moïse, fue asesinado por un comando de 26 exmilitares colombianos, contratados por empresas de seguridad con vínculos en Miami y Bogotá. El hecho escandalizó al mundo, no solo por su brutalidad, sino por la forma cínica en que se ocultaron las redes de financiamiento detrás del asesinato. Hasta hoy, muchos de los implicados siguen sin ser juzgados adecuadamente, y se denuncian incumplimientos de pago a los familiares de los mercenarios caídos, una muestra del carácter descartable que tienen incluso dentro de su propia lógica de negocio.

MÉXICO: EL NUEVO CAMPO DE BATALLA DE LOS MERCENARIOS COLOMBIANOS

En México, la presencia de mercenarios colombianos ya es una realidad documentada. Diversos cárteles, incluyendo el de Sinaloa y el CJNG, han reclutado a exmilitares colombianos por sus habilidades en combate urbano, manejo de explosivos y técnicas de tortura aprendidas en la guerra sucia contra las FARC y el ELN.

Pero no es solo su experiencia lo que los vuelve peligrosos. Es su formación; muchos fueron adiestrados directamente por instructores israelíes y estadounidenses, especializados en contrainsurgencia, interrogatorio, infiltración y operaciones psicológicas. Esa formación, lejos de elevar estándares éticos, los deshumaniza y los convierte en piezas de un engranaje brutal. No por nada replican tácticas similares a las de Israel en Gaza o Cisjordania: humillación sistemática, castigo colectivo, uso excesivo de fuerza, asesinatos selectivos.
Mercenarios colombianos: de Corea a Gaza, una maquinaria privatizada de violencia al servicio del imperialismo

La ironía es cruel; Colombia entrena mercenarios con tecnología occidental y los cárteles mexicanos los absorben para desatar una guerra no convencional en ciudades, carreteras y pueblos. Son una especie de “fuerzas especiales” privadas que han escalado el nivel de violencia en regiones como Michoacán, Zacatecas o Jalisco. ¿Y quién los entrenó? Estados Unidos e Israel. Por tanto, también ellos son cómplices del colapso de seguridad que vivimos.

MEDIO ORIENTE Y UCRANIA: LOS TENTÁCULOS DEL MERCENARIATO GLOBAL

La exportación de mercenarios colombianos no se limita a América Latina. En Yemen, Emiratos Árabes Unidos contrató a cientos de ellos para combatir a los Hutíes en una guerra brutal que ha dejado más de 300,000 muertos. Según informes de Reuters y The New York Times, muchos de estos mercenarios no sabían a qué iban ni por quién luchaban, solo que les pagaban mejor que en Colombia. Algunos fueron utilizados como carne de cañón en operaciones arriesgadas, sin garantías legales ni protocolos de seguridad.

En Ucrania, el patrón se repite: mercenarios colombianos fueron contratados para pelear del lado del régimen de Zelenski, a través de agencias intermediarias en Polonia y Estados Unidos. Promesas de 3,000 dólares al mes, viáticos, y supuestos seguros de vida que nunca se cumplieron. Varios han muerto, y sus familias siguen esperando la compensación prometida.

Este patrón demuestra que el mercenario moderno no es el soldado profesional que ofrece servicios legales; es el subproletariado, prácticamente un lumpen armado del neoliberalismo global, funcional al saqueo, al caos y a la desestabilización. Y en eso, Colombia ha sido laboratorio, cantera y víctima al mismo tiempo. Pero mientras para la prensa estadounidense y europea, esos mercenarios son luchadores de la libertad en Ucrania; en México sabemos bien que son delincuentes al mejor postor y sicarios de los cárteles.

LA DOCTRINA DEL VASALLAJE ARMADO

Detrás de este fenómeno hay un trasfondo doctrinal. El ejército colombiano ha sido uno de los más mimados por el Pentágono en el hemisferio. Desde el Plan Colombia hasta los convenios con la OTAN, pasando por los cursos impartidos por Mossad, CIA y DEA, la formación militar en Colombia ha sido pensada para contener insurgencias, proteger capitales, reprimir poblaciones y garantizar gobiernos alineados a Washington.

Nunca se entrenó al ejército colombiano para la defensa soberana del país. Su rol ha sido más bien el de fuerza contrainsurgente, agente regional de estabilidad capitalista, y más recientemente, proveedor de carne de cañón para guerras extranjeras. Es una relación colonial encubierta en ropajes de cooperación.

CONTRA EL MERCENARIATO: MEMORIA, DIGNIDAD Y SOBERANÍA
Mercenarios colombianos: de Corea a Gaza, una maquinaria privatizada de violencia al servicio del imperialismo
Desde la antigüedad, los mercenarios han sido figuras de traición. En Roma se desconfiaba de ellos; en Grecia se les veía como sin patria ni causa. En América Latina, figuras como William Walker (el filibustero que intentó apoderarse de Centroamérica) son recordadas como ejemplos de intervención extranjera mercenaria.

Hoy, los mercenarios colombianos son la continuidad neoliberal de esa tradición oscura. No luchan por ideales, ni por justicia, ni por soberanía. Luchan por dinero, destruyen por encargo, y matan con métodos aprendidos en escuelas extranjeras que no respetan el derecho humanitario.

Lo más alarmante no es que existan, sino que los gobiernos que se dicen democráticos los utilizan, los financian o los toleran. Y en ese sentido, Estados Unidos e Israel (principales entrenadores de esta fuerza privatizada) tienen una responsabilidad directa en la expansión de la violencia deshumanizada que recorre desde México hasta Yemen.

El mercenariato no es solo un negocio sucio. Es una amenaza directa a la soberanía de los pueblos y a la posibilidad de construir paz con justicia. Y mientras no se desmantele su estructura, seguirá siendo la columna vertebral del nuevo colonialismo armado del siglo XXI.

EPÍLOGO MEXICANO: LOS EXFEDERALES EN UCRANIA, UNA ADVERTENCIA DOLOROSA

El fenómeno del mercenariato no es exclusivo de Colombia. En México también está comenzando a visibilizarse una dinámica peligrosa: la incorporación de exintegrantes de la extinta Policía Federal (varios de ellos entrenados por fuerzas estadounidenses e israelíes, curiosamente) a conflictos armados en el extranjero, particularmente en Ucrania. Lo que antes se presentaba como “cuerpo de élite” para tareas de seguridad interna, hoy muta en fuerza irregular global al servicio de intereses ajenos a nuestra soberanía.

Uno de los casos más simbólicos es el de Mario Alberto Lover Martínez, expolicía federal que abandonó México para unirse como mercenario en la llamada Legión Internacional de Defensa Territorial de Ucrania, bajo la promesa de altos sueldos y reconocimiento internacional. Mario (como otros) fue seducido por una narrativa de heroísmo occidental disfrazada de defensa democrática, pero terminó combatiendo y muriendo por un régimen con claras simpatías ultranacionalistas, excluyente y con vínculos probados con grupos fascistas como el Batallón Azov.

Tras su muerte, su familia en México pide ahora ayuda al mismo Estado mexicano que Mario despreciaba en redes sociales, acusándolo de ineficaz y autoritario. Piden apoyo para repatriar sus restos, exigen indemnizaciones que el gobierno ucraniano no ha cumplido, y denuncian abandono por parte de quienes los contrataron. La historia de Mario no es excepcional. Se suma a la lista de latinoamericanos que mueren por defender causas que ni entienden ni les pertenecen, a cambio de sueldos que no llegan y promesas que se desvanecen con su cadáver.

Este caso ilustra con crudeza lo que ya advertimos: el mercenariato es una industria de muerte globalizada, que se alimenta de la desesperación, el desempleo, el desencanto y la militarización interna. En lugar de fortalecer la soberanía nacional, forma ejércitos paralelos, desarraigados, sin patria ni principios. México debe atender con urgencia esta tendencia; ni Ucrania ni ningún otro país fascistoide debe ser el destino de quienes fueron entrenados para servir a un proyecto nacional.

Defender ideales de justicia no es ir a morir por la OTAN o Zelenski. Y el hecho de que los mercenarios mexicanos hoy pidan apoyo a un Estado al que traicionaron por dinero, retrata la contradicción moral y política del mercenariato contemporáneo.