LOS BUITRES DEL MIEDO
Sección: Opinión
Publicado el 05/11/2025 —
Por David Gallegos
La muerte de Carlos Manzo no puede convertirse en la excusa para que los buitres de siempre exijan volver a lo que nos quebró. Ni nostalgia autoritaria, ni “ayudas” extranjeras con segundas intenciones, lo que México necesita hoy es memoria, justicia y responsabilidad política.
A las nuevas generaciones que no vivieron los años más oscuros de este país hay que contarles la verdad sin adornos, esto no empezó hoy. El desastre comenzó cuando Felipe Calderón decidió declarar la guerra al narcotráfico en 2006, disfrazando su ilegitimidad con un uniforme militar. Aquel error de origen convirtió la violencia en un negocio, militarizó las calles y rompió el tejido social. Desde entonces, el país aprendió a vivir con miedo y las balas se volvieron parte del día a día. Sí, hoy seguimos enfrentando una crisis, pero nada, nada, se compara con los años en que los muertos se contaban por miles y la impunidad era política de Estado.
Carlos Manzo lo advirtió desde la tribuna cuando fue diputado por Morena: “la tragedia empezó en Michoacán, el 11 de diciembre de 2006, cuando Calderón militarizó el país para ser cómplice de los cárteles”. Su voz fue un eco incómodo para la derecha, porque hablaba con memoria. No desde el análisis frío, sino desde la experiencia de un pueblo que lleva décadas resistiendo. Y eso, justamente, es lo que los jóvenes necesitan entender, que la violencia no apareció por generación espontánea, sino por decisiones políticas concretas.
El asesinato de Carlos Manzo —ocurrido en plena plaza pública durante el Festival de las Velas en Uruapan— desató dolor y rabia, pero también despertó a los carroñeros de siempre. Con el cuerpo aún caliente, la derecha mediática ya pedía renuncias, comparaba gobiernos y abría la puerta al discurso de la intervención extranjera. Mientras el pueblo lloraba, los opinadores se relamían. Pretenden hacer de Manzo un mártir útil para su narrativa, olvidando que él mismo señaló con nombre y apellido a los responsables del desastre: los que aplaudieron la guerra de Calderón. No hay honor en usar el luto como propaganda. No hay patriotismo en pedir que otros países vengan a “arreglar” lo que ellos mismos destruyeron.
Tampoco podemos quedarnos cómodos detrás de la indignación. Carlos Manzo fue parte de nuestro movimiento, compañero de la Cuarta Transformación, hasta que las malas decisiones internas lo empujaron afuera. Cuando la cúpula decidió imponer candidatos y cerrar el paso a liderazgos legítimos, él eligió la ruta independiente. Ganó la alcaldía de Uruapan con una votación aplastante y se convirtió en símbolo de lo que Morena pudo ser si hubiera escuchado más al pueblo. Su distancia fue un llamado de atención. No basta con tener razón política si se pierde la razón ética. La 4T no puede transformarlo todo si se le olvida transformarse a sí misma.
Hoy, frente a la tragedia, hay dos trampas importantes que debemos evitar: la primera es la regresión autoritaria, el regreso a la lógica del “más balazos”. La segunda, más sutil pero igual de peligrosa, es aceptar la idea de que sólo una potencia extranjera puede salvarnos. Ambas son falsos atajos.
La primera ya demostró su fracaso, y la segunda sería la muerte de nuestra soberanía. La violencia se combate con Estado, justicia social e instituciones que funcionen, no con ocupaciones disfrazadas de ayuda.
Si de verdad queremos honrar a Carlos Manzo (y a todas las víctimas), que su muerte nos lo recuerde, la salida es política y social. Se trata de reconstruir tejido (escuelas, empleos, justicia pronta y equitativa), reforzar capacidades municipales sin clientelismos, profesionalizar cuerpos policiales, transparentar compras y cerrar esos nichos de impunidad donde florece la criminalidad. Y sí: trabajar la memoria, para que las nuevas generaciones entiendan por qué aquello fue una ruptura y no repitamos mitos de simplicidad.
Que la indignación no se convierta en excusa para entregar la patria. Que la rabia no sirva para que otros escriban su guion. La soberanía no se negocia: se defiende con justicia, con inteligencia y con el pueblo organizado. Y si alguien quiere pedir intervención extranjera, que primero explique por qué aplaudió la militarización que hoy muchos recuerdan como el origen de la tragedia.
Que la historia nos sirva de brújula, que el dolor nos organice, y que la memoria de Manzo —la de sus denuncias, la de su distancia crítica a nuestros errores— no sea bandera para los buitres del miedo, sino brújula de los que todavía soñamos con justicia.
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