La vieja sombra de la FEG sobre la UdeG

La vieja sombra de la FEG sobre la UdeG

Sección: Jalisco se Cuece Aparte

Foto del autor
Publicado el 16/09/2025 — Por Amaury Sánchez
Hay instituciones que envejecen mal, que se pudren desde dentro, aunque conserven el lustre de su fachada. La Universidad de Guadalajara es una de ellas. En días recientes, estudiantes inconformes irrumpieron en la Rectoría General. No exigían un aumento de becas ni un nuevo comedor universitario, pedían algo más radical: el desconocimiento de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) y la cancelación del proceso electoral del Consejo General Universitario (CGU). En otras palabras, querían dinamitar la estructura que ha sostenido a la UdeG durante décadas. No es un arrebato súbito. Es la consecuencia de una historia larga, con cicatrices visibles. Para entenderlo hay que mirar hacia atrás, al año de 1948, cuando nació la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG). Aquella organización no fue monolítica: una parte se subordinó al priismo gobernante, se convirtió en engranaje del partido oficial y en brazo de control; pero otra parte estuvo formada por jóvenes idealistas que, convencidos de que podían transformar su universidad y su país, creyeron de buena fe en un proyecto estudiantil que pronto les fue arrebatado. Entre la ilusión y el pragmatismo, la FEG caminó dividida hasta convertirse, con los años, en un aparato con más sombras que luces. La FEG se desgastó en su propia contradicción. Para finales de los ochenta era ya un cadáver maloliente, repudiado incluso por el régimen que la había usado. Había que enterrarla y levantar un nuevo ídolo. Así, en 1991, apareció la FEU. La promesa era de renovación, democracia, modernidad. Pero con el tiempo, las viejas prácticas resurgieron, más sutiles, más maquilladas, aunque con el mismo propósito: conservar el poder. Hoy los estudiantes denuncian que la FEU no los representa. Hablan de censura, de apropiación de movilizaciones ajenas, de reprimir a quienes se organizan al margen de sus estatutos. Dicen que la FEU es un “aparato de control político”. Y lo dicen con la legitimidad de quienes han visto cómo la Universidad se ahoga en su propia burocracia: falta de cupos, carencia de maestros, instalaciones precarias. La crisis no es sólo académica, es estructural. La rectora Karla Planter Pérez escucha desde su oficina, acorralada por demandas que no puede resolver con comunicados ni con promesas. Los manifestantes han bloqueado calles, tomado la Rectoría, exigido su presencia. Lo que está en juego no es una elección interna, es la legitimidad misma de la UdeG como institución pública. El Consejo General Universitario, con sus espacios reservados para la FEU y los sindicatos, se asemeja más a un club cerrado que a un órgano de representación democrática. Y los jóvenes lo saben. Por eso exigen una Asamblea Estudiantil General, abierta, sin exclusiones. Quieren arrancar de raíz la herencia de la FEG que aún palpita en la FEU. El conflicto tiene varias salidas: la Rectoría puede optar por la represión disfrazada de orden administrativo, como tantas veces ocurrió en el pasado; puede ceder en lo superficial y maquillar reformas que no cambian nada; o puede, por primera vez en décadas, abrir las puertas a una democratización real. Lo último sería un suicidio político para la élite universitaria. Lo primero, un fósforo encendido en una pradera seca. La Universidad de Guadalajara es un espejo de México: instituciones secuestradas por grupos de poder que se reciclan bajo nuevos nombres. La FEG fue mitad ilusión, mitad sometimiento; la FEU, el camaleón que heredó los vicios de su antecesora. Los estudiantes, con su rabia y su hartazgo, reclaman que no se les siga tratando como fichas de ajedrez. Y así, frente a las puertas cerradas de la Rectoría, los jóvenes se saben protagonistas de un capítulo que parece repetirse. Como si los fantasmas de la FEG caminaran todavía por los pasillos, riendo de quienes creen que todo ha cambiado. Afuera, en la calle bloqueada, una generación entera se pregunta si la Universidad será capaz de romper, de una vez por todas, con el ciclo interminable de control y simulación. Porque a veces —y Sánchez lo sabía— la historia no se repite como farsa ni como tragedia, sino como un espejo sucio en el que los estudiantes ven reflejado un futuro que aún no les pertenece.