La gripita de la dignidad

La gripita de la dignidad

Sección: Opinión

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Publicado el 06/10/2025 — Por Amaury Sánchez
¿Y si lo de la “enfermada” fue el pretexto para no ir al Zócalo, después del abucheo dominguero? Ténganlo por seguro que así es… Hay males que no se detectan en los laboratorios, pero que los médicos del poder conocen bien. Son afecciones súbitas, diplomáticas, selectivas y muy convenientes. Uno de esos males atacó —según el parte oficial— al gobernador de Jalisco, Pablo Lemus, justo cuando tenía que asistir al primer informe de la presidenta Claudia Sheinbaum en el Zócalo capitalino. Pobre hombre, lo que son las coincidencias: una semana bien de salud, mucha gira, muchas fotos, mucho aplauso; pero llega el informe presidencial, y ¡pum!, aparece la enfermedad. No una cualquiera: una de esas que te tumban la voluntad, no el cuerpo. Una “gripita de la dignidad”, diría algún médico honesto si no temiera perder su consultorio político. Porque hay abucheos que curan y otros que enferman. Y el del domingo pasado —dicen los oídos indiscretos del gremio— fue de esos que dejan secuelas. No físicas, claro, sino de orgullo inflamado. Al parecer, el mandatario jalisciense escuchó su propio nombre entre los coros poco amables de la multitud capitalina y se le bajó la presión de popularidad. No hay paracetamol que lo cure. Lemus, hombre de imagen cuidada, sonrisa de spot y discursos de boutique, debió pensar: ¿Para qué ir al Zócalo a recibir otro trago de abucheo cuando puedo quedarme en casa con un caldito y mi ego en reposo? Y así fue. Se declaró enfermo y, según el boletín, no pudo asistir “por recomendación médica”. Los médicos de la política son sabios: siempre recomiendan no exponerse a los virus del rechazo público. Pero el timing fue tan perfecto que ni un escritor de comedia política lo hubiera hecho mejor. El rumor se expandió: que si el gobernador se sintió menospreciado, que si temía más chiflidos, que si su cuerpo simplemente reaccionó a la cercanía con la 4T como algunos reaccionan al polen. Las alergias ideológicas también existen. En el fondo, el asunto es simple: Pablo Lemus no quería repetir la escena. Los reflectores del Zócalo son traicioneros, y los micrófonos no perdonan. En los eventos federales, los abucheos se reproducen más rápido que los contagios de gripe, y la inmunidad política no se consigue ni con refuerzo. Claro, también hay quien defiende al gobernador. Que no, que realmente estaba mal, que tenía temperatura. Y uno, por respeto a la ciencia, quisiera creerlo. Pero resulta difícil cuando la fiebre se presenta justo el día que la presidenta rinde informe, y justo después de un episodio de silbidos tan públicos como una bronca de estadio. La historia reciente nos ha enseñado que en política los termómetros se calibran con encuestas y no con mercurio. Por otro lado, los analistas de café —que son legión— ya especulan con gusto: Lemus quiso marcar distancia de la nueva presidenta; no se quería ver como un aliado; necesitaba curarse en salud (literal y figuradamente). En tiempos de polarización, hasta la temperatura corporal puede interpretarse como declaración política. Mientras tanto, en el Zócalo, la fiesta siguió sin él. Claudia Sheinbaum habló de unidad, transformación y proyectos nacionales. A su alrededor, gobernadores, secretarios y dirigentes levantaban la mano como en misa dominical. Solo faltó el ausente, que seguramente desde su cama veía las transmisiones con un pañuelo en la mano... no se sabe si para sonarse o para saludar desde lejos. Hay que decirlo: Lemus no es el primero ni será el último político en padecer la “enfermedad oportuna”. En México, la política tiene su propia botica: hay males para evitar reuniones incómodas, para justificar ausencias, para ganar tiempo o para escapar de compromisos. Algunos le llaman estrategia, otra diplomacia, y los más francos le dicen cobardía con receta. Y no, esto no es una crítica cruel, es apenas una observación de campo. Porque en el fondo, todos los que han jugado en la arena pública saben que el miedo al abucheo es el verdadero virus que recorre los pasillos del poder. Nadie quiere ser el siguiente en la lista de los pitados. El aplauso alimenta, pero el abucheo descompone el estómago. Y algunos, como Lemus, prefieren guardar cama antes que digestión. Al final del día, el gobernador saldrá a decir que ya se siente mejor, que fue solo una infección leve, y que pronto volverá a sus actividades. Lo más seguro es que, en sus círculos más cercanos, juren y perjuren que todo fue real. Pero la opinión pública —esa que no necesita recetas para oler el cuento— ya sacó sus propias conclusiones. Porque en política, los síntomas se leen, pero las causas se sospechan. Y en este caso, la sospecha es más fuerte que la fiebre. Así que salud para el gobernador, y que se recupere pronto. No vaya siendo que el próximo evento presidencial le dé un ataque de tos patriótica o le suba la presión protocolaria. Ya lo dijo un viejo cronista de Palacio: —“En México, cuando un político se enferma, no busques al doctor: busca la agenda”