Claudia Sheinbaum y el peso histórico de su primer desfile militar

Claudia Sheinbaum y el peso histórico de su primer desfile militar

Sección: Opinión

Foto del autor
Publicado el 19/09/2025 — Por Amaury Sánchez
I. La herencia de los símbolos El 16 de septiembre no es una fecha cualquiera en el calendario político de México. Es el día en que se conmemora la insurrección iniciada por Hidalgo en 1810, pero también es, desde hace más de un siglo, la jornada en que el Estado se reafirma como garante de la soberanía. Fue Venustiano Carranza quien en 1918 institucionalizó el desfile militar como acto de unidad nacional, y desde entonces todos los presidentes lo han encabezado con una mezcla de liturgia patriótica y cálculo político. Este 2025, por primera vez en la historia, el acto fue presidido por una mujer: Claudia Sheinbaum Pardo. La escena —una presidenta a bordo del vehículo blindado de las Fuerzas Armadas, pasando revista a los contingentes— tuvo una carga simbólica que trasciende la rutina protocolaria. Se trata de la visibilización del cambio de época: México no solo eligió a su primera presidenta, sino que la vio asumir, en carne propia, el papel de Comandante Suprema de las Fuerzas Armadas. El gesto no es menor. Durante siglos, el monopolio del poder político y militar estuvo en manos de varones. Hoy, una mujer encabeza el ritual cívico que condensa la relación del Estado con su pueblo y con sus soldados. Ese hecho obliga a una reflexión más allá del aplauso inmediato o la crítica fácil: ¿qué significa este desfile para la política mexicana y para la legitimidad social de Sheinbaum? II. La carga de la historia El desfile del 16 de septiembre ha sido, desde Carranza, un escaparate para el poder presidencial. Lo utilizaron los gobiernos posrevolucionarios para demostrar control sobre el ejército; lo usó el PRI durante el siglo XX para exhibir su capacidad de movilización; lo emplearon los presidentes del PAN para afianzar su débil vínculo con las Fuerzas Armadas; y lo aprovechó López Obrador para subrayar su cercanía con el pueblo uniformado y su discurso de soberanía. La continuidad es evidente: Sheinbaum se inscribe en esa tradición. Pero al mismo tiempo, hay ruptura. La diferencia es que su presidencia representa una doble legitimidad: la que otorga el voto y la que otorga el símbolo de romper con el patriarcado histórico en el poder. Es la primera vez que un desfile militar puede ser leído también en clave de género: la fuerza del Estado ya no es monopolio masculino. En ese sentido, la presidenta no necesitó pronunciar frases rimbombantes. Bastó con el hecho de estar allí, de pie, sobre el vehículo, frente a las tropas. El símbolo habló por sí solo. III. El discurso y sus límites Ahora bien, el símbolo no sustituye al discurso. Y es aquí donde el análisis debe ser severo. El mensaje presidencial, centrado en la unidad, la independencia y la continuidad histórica, se mantuvo en el terreno de lo previsible. No hubo en él un trazo doctrinario nuevo, ni una definición política distinta de las que en años recientes pronunció López Obrador. Para un momento de tanta trascendencia histórica, el discurso quedó corto. Una presidenta que encabeza su primer desfile tenía la oportunidad de definir, en palabras claras, cómo concibe el papel de las Fuerzas Armadas en su sexenio: ¿seguirán siendo eje de proyectos civiles, como aeropuertos y trenes? ¿Se limitarán a la disciplina castrense? ¿Se revisará su expansión en la vida pública? Ninguna de esas preguntas fue respondida. La presidenta eligió el tono de la continuidad, evitando abrir frentes innecesarios. Estratégicamente puede ser comprensible, pero políticamente resulta insuficiente. El liderazgo histórico no se construye solo con símbolos; también con palabras capaces de marcar una diferencia. IV. Impacto social y percepción ciudadana El impacto social del desfile debe leerse en dos planos. En el primero, el inmediato: la ciudadanía recibió con orgullo la imagen de su presidenta al frente del acto cívico. La narrativa mediática resaltó el hecho histórico y lo vinculó con los avances en igualdad de género. En ese sentido, Sheinbaum consolidó un capital simbólico que difícilmente puede ser disputado. En el segundo plano, el estructural: la pregunta es qué tanto este tipo de ceremonias refuerzan la confianza ciudadana en las instituciones y en el gobierno. Para millones de mexicanos, el desfile es un espectáculo televisivo más que una vivencia patriótica. La presencia de tanques, aviones y tropas no resuelve los problemas cotidianos de inseguridad, desempleo o desigualdad. Ahí radica la tensión: el símbolo eleva, pero no transforma por sí mismo. La presidenta deberá cuidar que el peso de los rituales no sustituya el contenido de las políticas. De lo contrario, el desfile quedará reducido a un recuerdo emotivo sin consecuencias duraderas. V. La dimensión política Políticamente, este primer desfile sirvió a Sheinbaum para proyectar tres mensajes: 1. Continuidad con la Cuarta Transformación. No hubo ruptura con el estilo de López Obrador: la austeridad retórica, la exaltación de la soberanía y la centralidad del pueblo como destinatario del acto estuvieron presentes. 2. Legitimidad institucional. Al encabezar el desfile sin estridencias, la presidenta envió la señal de que su gobierno mantiene el respaldo de las Fuerzas Armadas. Ese dato es crucial en un país donde el ejército ha acumulado un poder inédito. 3. Refuerzo de su imagen como jefa de Estado. Sheinbaum pasó de ser la científica y exjefa de gobierno de la Ciudad de México a encarnar la investidura presidencial en su forma más solemne. El desfile le permitió presentarse no como política de partido, sino como presidenta de la República. Pero al mismo tiempo, la política exige algo más que protocolo. El reto para Sheinbaum será demostrar que no solo encabeza ceremonias, sino que gobierna con visión clara frente a los dilemas nacionales: la militarización, la violencia, la economía, la relación con Estados Unidos. VI. Reacciones y oposición La oposición reaccionó con escepticismo. Para algunos líderes, el desfile fue una mera escenificación sin novedades; para otros, un recordatorio del excesivo protagonismo de las Fuerzas Armadas en la vida pública. Sin embargo, ninguna crítica logró opacar el hecho histórico de la primera presidenta en el balcón presidencial y al frente del desfile. Los medios, en general, destacaron el simbolismo de género. En contraste, la sociedad civil organizada mantuvo un perfil bajo, con críticas marginales hacia la presencia excesiva del ejército en tareas civiles. El consenso implícito fue que la jornada se trató de un hito histórico más que de un evento polémico. VII. Escenarios futuros El primer desfile marca el tono del sexenio. Si Sheinbaum mantiene la línea de continuidad absoluta con López Obrador, los desfiles futuros serán variaciones de la misma liturgia. Pero si decide imprimir un sello propio, puede transformar estos actos en escenarios de definición política. Existen tres escenarios posibles: 1. La continuidad total. El desfile se mantiene como acto protocolario, sin mayores innovaciones, reflejando un gobierno de transición más que de transformación. 2. La redefinición del papel militar. Sheinbaum utiliza futuros desfiles para anunciar cambios en la relación entre civiles y militares, estableciendo límites y recuperando el equilibrio democrático. 3. La construcción de un liderazgo femenino con discurso propio. La presidenta convierte el desfile en plataforma para redefinir la narrativa nacional desde una perspectiva distinta, vinculando soberanía con justicia social y equidad de género. De cuál escenario elija dependerá en buena medida el legado político de su presidencia. VIII. Conclusión: símbolo y contenido El primer desfile de Claudia Sheinbaum como presidenta de México fue, sin duda, un hecho histórico. El símbolo de una mujer al frente de las Fuerzas Armadas, en un país marcado por siglos de dominio masculino, tiene un valor incuestionable. Sin embargo, el símbolo necesita contenido. El liderazgo no se sostiene únicamente en la imagen, sino en la capacidad de orientar políticamente a la nación. Sheinbaum deberá ir más allá de los gestos protocolarios y responder con claridad a los dilemas que enfrenta México. De no hacerlo, corre el riesgo de que su primer desfile quede como un recuerdo emotivo pero vacío, un acto solemne sin trascendencia real. La historia no absuelve a quienes se conforman con administrar símbolos. La historia exige a quienes la encabezan dotar a esos símbolos de contenido transformador. Ese es el reto de Claudia Sheinbaum: convertir el peso histórico de ser la primera presidenta en una fuerza política capaz de renovar, con hechos y no solo con liturgias, la vida pública de México.