La carroña política y los buitres del desastre

La carroña política y los buitres del desastre

Sección: Opinión

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Publicado el 24/10/2025 — Por Raúl Barajas @BarRaul
Cuando el agua arrasa con hogares y vidas, cuando las calles se convierten en ríos y la gente busca refugio, lo mínimo que debería prevalecer es la solidaridad. Pero en México, para ciertos sectores de la oposición política y mediática, los desastres naturales son más que tragedias humanas: son oportunidades. Oportunidades para lucrar políticamente, para manipular el dolor, para intentar desgarrar el tejido de la confianza ciudadana y convertir el sufrimiento en herramienta electoral. La reciente crisis en Veracruz lo ha dejado claro. Mientras las autoridades locales y federales coordinan la atención a damnificados, brigadas de rescate y distribución de víveres, los buitres del desastre sobrevuelan las redes sociales. Desde cuentas falsas, desde centros de operaciones disfrazados de “movimientos estudiantiles”, se difunden historias de desapariciones masivas de jóvenes que nadie ha visto, nombres que no existen, testimonios imposibles de verificar y por personas que después son descubiertas en redes sociales, como militantes juveniles del PRI en Veracruz. Se trata de un guion ya conocido: el rumor se fabrica, se viraliza y después se usa como evidencia de “ineptitud gubernamental”. La supuesta desaparición de decenas de estudiantes en Veracruz es el ejemplo más reciente. Nadie conoce a los supuestos desaparecidos, no hay familiares que denuncien, no hay listas, no hay registros. Pero sí hay videos perfectamente editados, tuits coordinados, hashtags con miles de bots y cuentas recién creadas que alimentan una misma narrativa: “el gobierno miente”, “Sheinbaum oculta la verdad”, “la 4T es responsable”. No importa que sea falso, importa que parezca real, no importa que el desastre haya sido fortuito y provocado por la naturaleza. Y en un país donde gran parte de la opinión pública se forma desde el teléfono, la apariencia puede ser más poderosa que la evidencia. Esto no es nuevo. Ya en el pasado, los medios de comunicación (hoy y siempre aliados con ciertos grupos políticos) fueron artífices de grandes montajes. El caso de Florence Cassez es un ejemplo emblemático: un “operativo en vivo” transmitido por televisión, donde la policía “rescataba” víctimas que en realidad ya habían sido liberadas días antes. O la tristemente célebre “niña Polette”, que fue “encontrada” viva después de un montaje mediático que buscaba inflar la audiencia y distraer de los verdaderos responsables. Y cómo olvidar a la “niña Frida Sofía”, supuestamente atrapada bajo los escombros del Colegio Rébsamen en el sismo de 2017, cuya existencia se desvaneció apenas se apagaron las cámaras. O mentiras tan sinvergüenzas y tontas, como inundar páginas en redes sociales inventando supuestos nuevos billetes de $2000 pesos, o que se va a poner impuestos al aguinaldo (o sea, el ISR que se cobra al aguinaldo desde hace años, al ser parte del salario). Los mismos mecanismos de manipulación reaparecen hoy bajo otra forma: los operadores políticos disfrazados de reporteros, los influencers del odio que no son de izquierda ni de derecha (obviamente son de derecha), los bots automatizados que simulan indignación popular. La tragedia se convierte en insumo de propaganda. El dolor ajeno, en combustible electoral. El objetivo no es informar, sino intoxicar. No es consolar a las víctimas, sino usarlas como herramientas. No es exigir soluciones, sino destruir la legitimidad de un gobierno elegido democráticamente. En este caso, el de Claudia Sheinbaum, quien representa una continuidad progresista que incomoda a quienes se alimentan del caos y la desinformación. Y, sin embargo, la culpa no recae solo en quienes fabrican las mentiras, sino también en quienes las consumen sin cuestionar. En los que, movidos por el odio o por la simple pereza mental, reproducen sin pensar lo que ven en redes. En los que prefieren creer cualquier barbaridad con tal de confirmar sus prejuicios. Muchos lo hacen por ignorancia, otros por disonancia cognitiva: no soportan la idea de que un gobierno de izquierda pueda actuar con responsabilidad, así que necesitan convencerse de lo contrario. Esa masa de internautas crédulos se convierte en el ejército involuntario de la manipulación. Son los que comparten cadenas falsas, los que “denuncian” desapariciones inexistentes, los que exigen “justicia” sin evidencia, los que gritan antes de verificar o que se creen conspiraciones que dicen que vacunarse provoca autismo o te implanta chips. En ese ruido, la verdad queda sepultada bajo toneladas de basura digital. Lo más grave es que este tipo de estrategias no solo dañan a los gobiernos, sino al país entero. Porque mientras las instituciones destinan recursos a desmentir mentiras, la atención que debería ir a las víctimas reales se diluye en la confusión. Mientras los funcionarios responden a acusaciones falsas, los damnificados esperan. Mientras los medios difunden histeria, el pueblo pierde confianza en todo. Convertir las tragedias en espectáculo político no es oposición, es carroñerismo. No es crítica legítima, es manipulación emocional. Y lo que la derecha mexicana —hoy reconfigurada en redes— está haciendo con Veracruz y otros estados afectados por desastres naturales es una muestra de su verdadera naturaleza: la incapacidad de construir, acompañada de una extraordinaria habilidad para destruir. El país no necesita más escándalos fabricados ni más “Fridas Sofías” inventadas. Necesita empatía, verdad y responsabilidad. Que se denuncie lo que deba denunciarse, pero con pruebas, con respeto al dolor ajeno. Porque cuando la política se alimenta del sufrimiento humano, ya no hay diferencia entre un partido y una parvada de buitres: ambos sobreviven gracias a la carroña.