La fuerza del salario: pobreza, poder adquisitivo y la deuda pendiente con los trabajadores

Sección: El Gobierno de la 4T

Publicado el 27/08/2025 —
Por Raúl Barajas
@BarRaul
Los datos recientes del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) y del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) marcan un punto de inflexión en la historia social de México: 13.4 millones de personas dejaron de estar en situación de pobreza entre 2018 y 2024. Este fenómeno, que puede parecer frío y numérico, representa en la práctica millones de historias concretas; familias que hoy pueden comprar carne más de una vez por semana, jóvenes que ya no tienen que abandonar la escuela para trabajar, personas mayores que dejaron de depender de la caridad familiar gracias a una pensión universal.
Durante cuatro décadas de neoliberalismo, de 1982 a 2018, los gobiernos se limitaron a administrar la miseria. La receta era conocida: salarios mínimos congelados, apertura indiscriminada al mercado externo y privilegios fiscales para las élites empresariales. El resultado fue una economía que crecía poco y en la que la mayoría sobrevivía con lo mínimo. El salario mínimo, por ejemplo, se mantuvo prácticamente estancado en términos reales desde 1976. En 2016, un trabajador que ganaba el mínimo apenas podía cubrir el 36% de la canasta alimentaria individual, una cifra que reflejaba la condena estructural a la pobreza.
Frente a ese panorama, el sexenio de Andrés Manuel López Obrador representó un quiebre. El salario mínimo aumentó de 88 pesos diarios en 2018 a 248 pesos en 2025, lo que implica un incremento acumulado de más del 180% en términos nominales. Con ello, el poder adquisitivo recuperó terreno perdido y, por primera vez en décadas, un trabajador que gana el mínimo puede cubrir la totalidad de la canasta alimentaria y una parte de la no alimentaria. La política salarial dejó de ser vista como un tabú económico y pasó a convertirse en el principal instrumento para combatir la pobreza.
Prestaciones superiores a la ley: la máscara del neoliberalismo
El discurso empresarial siempre buscó disfrazar la explotación bajo el concepto de “prestaciones superiores a la ley”. Durante los noventa y los dos mil, era común que a los trabajadores se les dijera que recibir vales de despensa o un salario un poco mayor al mínimo era un “privilegio” que debían agradecer. En realidad, estas “prestaciones” ocultaban un hecho estructural: el salario mínimo era insuficiente por diseño, y todo lo que se daba por encima de él era apenas un paliativo que nunca alcanzaba para una vida digna.
En 1994, por ejemplo, el salario mínimo diario rondaba los 15 pesos, mientras la inflación disparaba el costo de la canasta básica a más de 40. El trabajador “privilegiado” que ganaba el doble del mínimo apenas podía sostener una familia pequeña. Se trataba de una política de Estado destinada a garantizar mano de obra barata para la maquila, la exportación y el capital extranjero.
Hoy, el contraste es evidente: los aumentos salariales permitieron que, en 2024, el 60% de los trabajadores formales percibieran ingresos superiores a la línea de pobreza laboral, cuando en 2018 esa proporción era de apenas el 42% (CONEVAL, 2024). Lo que demuestra que la pobreza no es producto de la “cultura” o la “flojera”, como decían los ideólogos neoliberales, sino de decisiones políticas conscientes.
Morena frente al espejo: entre el pueblo trabajador y los empresarios
Sin embargo, los logros no deben cegarnos. Morena, como partido en el poder, enfrenta un dilema profundo: ¿ser el movimiento que transforme de raíz las condiciones laborales del país, o limitarse a administrar avances parciales mientras se muestra complaciente con las élites empresariales?
Porque es un hecho: los empresarios no sostienen a Morena. Quienes lo sostienen son los trabajadores, los campesinos, los jóvenes de barrios populares, las mujeres que se levantan cada día a vender en los tianguis o a trabajar en maquilas, los profesionistas clasemedieros que siguen dependiendo de un salario raquítico y de explotación como el resto. Y, sin embargo, el partido ha sido tibio en temas cruciales.
La reforma para reducir la jornada laboral de 48 a 40 horas semanales, por ejemplo, lleva más de un año congelada en el Congreso. La razón no es técnica ni económica, sino política: la resistencia de las cúpulas empresariales, las mismas que durante décadas evadieron impuestos, financiaron campañas de la oposición y sirvieron como engranajes del capital estadounidense en México.
Morena, en lugar de imponer con claridad la voluntad popular expresada en las urnas, ha preferido negociar, esperar, matizar. Esa tibieza es peligrosa. Porque si un gobierno que se dice transformador no concreta cambios laborales de fondo, corre el riesgo de repetir la simulación neoliberal: administrar la pobreza en lugar de erradicarla.
Lo que sigue: dignidad laboral o simulación
Los datos del INEGI y del CONEVAL prueban que las políticas públicas transforman realidades. Que el neoliberalismo fue una condena política, no un destino inevitable. Pero para consolidar estos avances, se necesitan medidas más profundas que garanticen que la dignidad laboral no dependa de la voluntad sexenal, sino de un nuevo pacto social.
Ese pacto debería incluir al menos tres medidas inmediatas:
1. Reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales. México sigue siendo uno de los países donde más se trabaja (2,137 horas al año en promedio) y uno de los que menos paga. La contradicción es insostenible.
2. Aumentos salariales anuales por encima de la inflación. No como concesión empresarial, sino como derecho legal garantizado por el Estado en nuestra Carta Magna.
3. Plena libertad sindical y fin de los contratos de protección. El sindicalismo independiente sigue enfrentando obstáculos, incluso con la reforma laboral en marcha.
Si Morena no asume estas banderas, si no entiende que su base no está en los consejos empresariales sino en la clase trabajadora, la llamada Cuarta Transformación quedará como una transición incompleta.
Porque la lección es clara: cuando se gobierna de espaldas a los trabajadores, los únicos que ganan son los empresarios que siempre han estado del lado de la oposición y del capital extranjero.
Conclusión: el pueblo trabajador como columna vertebral
Hoy podemos afirmar que México vive un momento histórico. La salida de millones de la pobreza es un triunfo popular, fruto de la presión de los trabajadores, de su voto, de su resistencia a la precariedad. Pero este triunfo no debe confundirse con la victoria final.
Morena está ante el espejo: debe decidir si profundiza el camino de la transformación o si se acomoda a los intereses de quienes siempre han querido un México desigual. Los trabajadores no piden limosnas, exigen justicia. Y si algo enseña la historia es que sin los trabajadores no hay nación, y sin justicia laboral no hay transformación.
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