La complejidad del problema del campo en México
Sección: Opinión
Publicado el 27/10/2025 —
Por Francisco Barajas
En los últimos días, trabajadores del campo han salido a las calles en distintas regiones del país para exigir precios justos para sus productos. Las protestas, lejos de ser un episodio aislado, son el reflejo de una crisis estructural que el campo mexicano arrastra desde hace décadas. El problema no es reciente ni responde a un solo gobierno: es el resultado de una serie de decisiones políticas, económicas y estructurales que han deteriorado la vida rural y debilitado la soberanía alimentaria nacional.
Un campo dependiente del temporal y sin infraestructura
México cuenta con millones de hectáreas agrícolas que dependen exclusivamente de las lluvias de temporal. A pesar de los avances tecnológicos del siglo XXI, buena parte del campo mexicano carece de sistemas de riego, infraestructura básica y acceso a innovación tecnológica. Esto hace que cada año miles de productores enfrenten pérdidas por sequías o exceso de lluvia, sin seguros agrícolas ni apoyos técnicos efectivos. La falta de inversión pública sostenida en infraestructura rural ha mantenido a amplias regiones en condiciones de vulnerabilidad permanente.
Las heridas del neoliberalismo agrario
El deterioro del campo se agravó con la reforma al artículo 27 constitucional impulsada durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, que modificó la naturaleza de la propiedad ejidal y abrió la puerta a su privatización. Aquella “modernización del campo” fue, en los hechos, una desprotección institucional del campesinado.
Durante el periodo neoliberal, los bancos agrarios desaparecieron, los créditos rurales se extinguieron y los mercados de abasto fueron desmantelados. La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) profundizó el problema: el productor mexicano quedó desprotegido ante un mercado inundado de granos, carnes y lácteos provenientes de Estados Unidos y Canadá, países donde la agricultura está fuertemente subsidiada y tecnificada.
Mientras tanto, en México, miles de ejidatarios comenzaron a rentar o vender sus parcelas. Muchos dejaron de sembrar y emigraron a Estados Unidos, mientras las trasnacionales agrícolas ocuparon ese espacio. Estas empresas arrendaron grandes extensiones de tierra, imponiendo modelos de producción intensiva —como los túneles de plástico, los monocultivos sin rotación y el uso excesivo de agroquímicos— que degradan el suelo alterando el ciclo del nitrógeno, además de contaminar ríos y lagos.
Todo, en nombre de una agroexportación que prioriza la demanda de productos como el aguacate, el tequila y las famosas "berries", mientras el maíz, el frijol o el arroz nacional languidecen.
La respuesta reciente: Producción para el Bienestar
El gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador, trató de revertir parte del abandono con el programa Producción para el Bienestar. Este busca apoyar a pequeños y medianos productores mediante apoyos económicos directos, privilegiando cultivos básicos como maíz, frijol, café, caña de azúcar, cacao, nopal y miel.
Los beneficiarios deben poseer hasta 20 hectáreas de temporal o 5 de riego, y los apoyos anuales van de los 6 mil a los 24 mil pesos. Sin embargo, aunque el programa tiene buenas intenciones, resulta insuficiente para transformar de fondo la realidad del campo si no se enfrenta el problema estructural: la liberalización de la tierra y la falta de soberanía alimentaria.
Un campo en desventaja frente al T-MEC
El reto es monumental. México produce aproximadamente 27 millones de toneladas de maíz al año —principalmente blanco, para consumo humano—, pero el país consume cerca de 40 millones. La diferencia se cubre con importaciones, sobre todo de maíz amarillo proveniente de Estados Unidos.
Mientras tanto, el gigante del norte produce más de 425 millones de toneladas anuales, subsidiadas y con acceso a tecnología avanzada. ¿Cómo competir contra eso?
La realidad es que el campo mexicano enfrenta un doble abandono: institucional y generacional. Los ejidatarios envejecen, los jóvenes emigran, la tierra se renta y la dependencia alimentaria crece.
Una reforma pendiente.
El campo mexicano no necesita solo apoyos económicos: requiere una nueva visión de país. Una visión que reconozca que la agricultura no es un asunto exclusivo de los campesinos, sino una base cultural, económica y de soberanía nacional. Revertir los efectos de la reforma salinista, recuperar los bancos agrarios, tecnificar la producción de manera sustentable y proteger el mercado interno son pasos indispensables, pero también lo es formar nuevas generaciones con conciencia agroalimentaria. Es necesario que en las aulas se enseñe el valor de la tierra, la siembra y la producción de alimentos, que se implemente un servicio agrario nacional obligatorio, donde los estudiantes universitarios trabajen en el campo y aprendan a producir carne, leche, miel, maíz, frijol, avena, trigo u hortalizas. Solo así podrán eliminarse las barreras entre el campo y la ciudad.
Asimismo, las ciudades deben involucrarse en esta transformación: crear huertos urbanos, sembrar árboles frutales en la vía pública y fomentar la autosuficiencia alimentaria urbana son pasos concretos para reconstruir el vínculo perdido entre la población y la tierra. Porque sin una sociedad que comprenda y respete el origen de su alimento, no habrá soberanía alimentaria ni dignidad campesina posible.
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