Claudia Mollinedo y el clasismo sin pudor: una radiografía del privilegio en tiempos de gentrificación

Sección: Opinión

Publicado el 06/08/2025 —
Por Raúl Barajas
@BarRaul
En días recientes, se volvió viral un video protagonizado por Claudia Mollinedo, ahora expresentadora de Imagen Noticias, quien, entre risas de superioridad y tonos de molestia, se quejaba de que los trabajadores de un restaurante (meseros, cocineros, bartenders) se atrevieran a querer marcharse al finalizar su jornada laboral. Sí, como si exigir salir del trabajo a la hora que marca la ley fuera un acto de traición a la noble clase adinerada que busca servidumbre más que servicio.
Este tipo de actitudes no son aisladas, son apenas la punta del iceberg de una cultura de desprecio profundamente arraigada en las clases medias-altas que se niegan a reconocer los derechos más básicos de las y los trabajadores. La molestia de Mollinedo no es otra cosa que la rabieta del privilegio ante la osadía de los subordinados por querer vivir una vida digna.
El clasismo cotidiano: servidumbre disfrazada de atención al cliente
La escena no es nueva. Personas que creen que pagar una cuenta les otorga la potestad de esclavizar a quienes les atienden; que su tiempo vale más, que sus necesidades son prioritarias y que el otro, el mesero, el cocinero, el repartidor, está allí no para ganarse la vida, sino para rendirle pleitesía. Así de profunda es la deshumanización.
Pero más grave aún es el contexto que ignoran. Quienes laboran en bares y restaurantes no viven en las colonias que atienden. No por gusto, sino porque no pueden. Porque la gentrificación ha hecho inalcanzables las rentas en zonas como Roma, Condesa, Juárez o Polanco, en el caso de la CDMX y en la Americana, Providencia o Puerta de Hierro en el caso de la Zona Metropolitana de Guadalajara. Según datos de propiedades.com y el INEGI, mientras el ingreso promedio mensual de un trabajador en servicios ronda los $9,000 pesos, la renta promedio de un departamento en esas zonas supera los $20,000 pesos mensuales.
Simplemente no hay manera.
Por eso los trabajadores deben tomar dos horas de transporte para llegar. Por eso están cansados. Por eso, al dar las 11:00 p.m. o la medianoche, su prioridad es alcanzar el último metro, tren, camión o combi, porque si no lo logran, deben gastar hasta $300 pesos en un Uber; más de una tercera parte de su ingreso diario.
Gentrificación: el desplazamiento de los que sostienen la ciudad
La actitud de Mollinedo, lejos de ser anecdótica, es sintomática del tipo de personas que fomentan y se benefician de la gentrificación. Aquellos que llegan a colonias populares buscando “encanto”, “tradición” y “autenticidad”, pero que en cuanto se instalan, presionan por bares caros, cafés de especialidad, vigilancia privada y plusvalía. Desplazan, encarecen, uniforman, y luego se quejan de que no haya suficientes meseros, taqueros o trabajadoras domésticas dispuestas a cruzar la ciudad por el mismo salario miserable.
De acuerdo con el estudio Gentrificación en México: Diagnóstico y aproximaciones del Instituto de Planeación Democrática y Prospectiva de la CDMX (2023), el 64% de los hogares en zonas gentrificadas ha reportado alzas de más del 30% en la renta mensual durante los últimos tres años, mientras que los salarios no han aumentado en la misma proporción. La CONEVAL indica que en 2024 más del 50% de los trabajadores formales gana menos de $10,000 pesos al mes, mientras que la inflación acumulada en vivienda y transporte ha sido brutal.
El tiempo robado: descanso y jornada laboral
A todo esto, hay que sumar otro robo sistemático: el del tiempo. Por eso resulta tan indignante escuchar frases como “¿ya te vas?”, “Hay que ponerse la camiseta” o “si no te gusta tu trabajo, búscate otro”, cuando alguien termina su turno laboral. ¿Cuánto más deben dar? ¿Qué parte no se ha entendido de que se trata de un trabajo, no de servidumbre?
Según la OCDE (2023), México es el país con las jornadas laborales más extensas de toda la organización, con un promedio anual de 2,226 horas trabajadas por persona, superando con creces a países como Alemania (1,349) o Francia (1,490). Y aun así, se nos acusa de flojos.
Por eso el clamor creciente por reducir la jornada laboral a 40 horas semanales no es un lujo progresista, sino una necesidad urgente. Más horas de descanso no solo significan una vida más digna, sino también mayor salud, productividad y justicia. Según la encuesta “Termómetro Laboral” de OCCMundial (2023), más del 70% de los trabajadores mexicanos considera que su jornada actual no le deja tiempo suficiente para descansar, convivir con su familia o simplemente vivir.
¿Por qué nos ofende tanto este tipo de videos?
Porque no es un caso aislado. Es el retrato de un país profundamente desigual, donde una clase media-alta cree que el país está hecho para servirla. Donde se indignan porque los trabajadores exigen su derecho a vivir, descansar, y trasladarse. Porque no entienden, que no entienden.
Los Mollinedo de este país tienen nombre y cara, pero también tienen todo un sistema que los respalda: el sistema que precariza, que desplaza, que sobreexplota, y que luego criminaliza al trabajador por “no querer trabajar más”.
Sí, nos ofende. Porque en cada “ya se van”, “hay que ponerse la camiseta” o “si no te gusta tu trabajo, búscate otro” dicho con desprecio, se esconde el odio a quienes se levantan a las 4 de la mañana, aguantan tráfico, jornadas largas, jefes prepotentes y aun así sonríen. Se esconde la incapacidad de ver al otro como un igual. Se esconde el país desigual que se niega a morir.
Y por eso, no nos callamos. Porque si no decimos nada, terminaremos todos viviendo para trabajar... y trabajando para otros que ni siquiera se toman la molestia de vernos como seres humanos.
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