La alfombra roja de López Mateos

Sección: Jalisco se Cuece Aparte

En Jalisco, cuando el tráfico asfixia, el gobierno no busca oxígeno: busca maquillaje. Esta vez el maquillaje viene en forma de concreto elevado: la propuesta de un segundo piso sobre López Mateos, vendido como modernidad, pero que en realidad es una alfombra roja desplegada para que los autos más pudientes crucen la ciudad por encima de todos. Un pasillo VIP donde la movilidad se mide en capacidad de pago, no en necesidad. Arriba, el silencio del aire “limpio”; abajo, el claxon, el humo y el calor que se pega a la piel.
No se engañe nadie: no es una solución para descongestionar, es una obra para segregar. Se estima que costaría entre ocho y diez mil millones de pesos, dinero suficiente para financiar miles de unidades de transporte eléctrico, modernizar rutas, construir ciclovías seguras y banquetas dignas. Pero no: aquí se invierte en concreto para que unos pocos ahorren minutos mientras la mayoría sigue atrapada en la misma trampa diaria.
Algunas organizaciones ciudadanas ya lo dijeron: no hay estudio técnico serio que lo respalde y la experiencia es clara. Cada vez que una ciudad construye más carriles para autos, el tráfico regresa —más caro y más contaminante— por el fenómeno de demanda inducida. En Ciudad de México, Monterrey, Bogotá o Los Ángeles, el resultado ha sido siempre el mismo: más infraestructura para autos, más autos, más embotellamientos.
El guion es viejo. Abajo, la ciudad real: la que camina, pedalea, espera el camión bajo el sol y la lluvia. Arriba, la pasarela de gala para los que pueden pagar por saltarse el tráfico. Desde el nivel elevado, la pobreza será solo un paisaje borroso que pasa de reojo; desde abajo, el segundo piso será una sombra larga que recordará quiénes mandan y quiénes estorban.
Y claro, para venderlo, las frases de siempre: “modernización”, “reducción de tiempos de traslado”, “movilidad ágil”. Palabras huecas que esconden lo esencial: el proyecto no está pensado para mover mejor a todos, sino para que el que más tiene, viva más cómodo. Es el modelo que se repite en las grandes ciudades: el negocio vial. Obra millonaria, concesión a varios años, peaje disfrazado de “recuperación de inversión”, mantenimiento mínimo y ganancias aseguradas para constructoras y concesionarias.
¿Peaje? Aunque no se ha confirmado oficialmente, ya circulan versiones de que podría cobrarse, repitiendo el fracaso de otras autopistas urbanas de cuota: baja afluencia por costos altos, mantenimiento deficiente y bajo impacto real en la movilidad general. Te venden la alfombra roja y, encima, te cobran la entrada.

Todo esto en una ciudad donde, de los 11.8 millones de viajes diarios, apenas el 28 % se hacen en transporte público masivo: unos 3.1 millones de trayectos al día en un sistema que arrastra décadas de abandono.
Unidades viejas, rutas ineficientes, choferes mal pagados, paradas sin sombra y horarios impredecibles son la regla. No hay plan serio para mejorar eso, pero sí para poner cuatro carriles elevados para quienes pueden costearlos. La alfombra roja no cubre los baches: los esconde.
Este no es un debate técnico, es político. El derecho a movernos no es una mercancía. Desde una mirada progresista, con el coraje que nos queda, la movilidad debe garantizarse, no venderse al mejor postor. Apostar a un segundo piso de paga es perpetuar un modelo excluyente, extractivista y profundamente desigual. Lo dicen las organizaciones: las ciudades que invierten en más infraestructura para autos se vuelven más dependientes del auto, más contaminadas y más injustas.
Imagina que López Mateos es una casa grande donde todos vivimos. El segundo piso con cuota sería una escalera privada para que el dueño suba sin cruzarse con el resto. Abajo, seguimos apretados en el pasillo, esperando que alguien arregle el baño, pero el presupuesto se fue en poner mármol en la escalera VIP. Esa es la ciudad que nos están vendiendo: una donde la velocidad del dinero importa más que el tiempo de vida de la mayoría.
El peligro no es solo que se construya el segundo piso, sino que lo normalicemos. Que aceptemos que la movilidad es un privilegio y no un derecho. Que dejemos que la desigualdad suba de nivel mientras abajo, en la sombra, seguimos los mismos, esperando un camión que nunca llega a tiempo.
El proyecto del segundo piso de López Mateos no es solo concreto y acero: es un mensaje. Un recordatorio de que aquí la ciudad se diseña para los que ya ganaron, y que el resto aprendamos a vivir en la sombra. Pero todavía no está puesta la primera columna, y eso significa que aún hay tiempo para decidir si queremos una Guadalajara partida en dos niveles —arriba la comodidad de unos pocos, abajo la resignación de todos— o una ciudad que camine junta, sin peajes, sin alfombras rojas y sin escaleras privadas. Porque las calles son de quien las vive, no de quien las compra; y la ciudad que no defendamos hoy, mañana ya no será nuestra.
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