El Nobel de la Paz y la descomposición de su propio nombre
Sección: Geopolítica
Publicado el 28/10/2025 —
Por Raúl Barajas
@BarRaul
Hubo un tiempo en que el Premio Nobel de la Paz evocaba la figura de luchadores sociales, de pensadores y activistas que desafiaban imperios, dictaduras (dictaduras reales y brutales) y sistemas de opresión con la fuerza de la palabra, la resistencia civil y el humanismo. Hoy, sin embargo, el galardón parece haber sido secuestrado por los intereses de las élites globales, convertido en una herramienta de propaganda al servicio de la hegemonía occidental. Lo que alguna vez representó la dignidad de la paz, hoy es, en muchos casos, una farsa institucionalizada.
El más reciente ejemplo de esta degradación moral y política es la nominación —y eventual premiación— de María Corina Machado, una figura profundamente impresentable en cualquier contexto que pretenda llamarse “pacifista”. Esta política venezolana, autoproclamada “líder democrática”, ha hecho de la entrega y la sumisión su programa de gobierno. No solo ha pedido en reiteradas ocasiones la intervención militar extranjera en su propio país, sino que llegó al extremo de solicitar que el ejército de Israel —sí, el mismo que hoy ejecuta un genocidio en Palestina— “ayudara” a derrocar al gobierno venezolano.
Sus declaraciones no son lapsus ni malentendidos: son el reflejo de su ideología. Una ideología entreguista, oligárquica y profundamente racista, moldeada a la medida de Washington. No fue casualidad que hace pocos años, en foros internacionales, pidiera abiertamente que Estados Unidos bombardeara Venezuela, alegando que “la libertad justifica el uso de la fuerza”. Lo decía sin pudor, ignorando —o más bien despreciando— los millones de muertos que las “intervenciones humanitarias” estadounidenses han dejado en Irak, Afganistán, Libia y Siria.
A eso se suma el prontuario de corrupción, tráfico de influencias y escándalos financieros que rodea tanto a María Corina Machado como a su familia. Su propio nombre apareció vinculado al caso Súmate, una organización que, bajo el pretexto de la “observación electoral”, canalizó millones de dólares en financiamiento directo de la National Endowment for Democracy (NED) y la USAID, organismos fachada del Departamento de Estado norteamericano. Su familia, ligada históricamente al sector empresarial, también ha sido señalada por contratos amañados y negocios ilícitos durante los gobiernos neoliberales anteriores a Hugo Chávez.
Pero lo más grotesco de todo es su plan político, que ella misma ha descrito sin tapujos: privatizar las empresas del Estado venezolano, entregar PDVSA y los recursos naturales al capital extranjero y someter nuevamente al país al tutelaje de Washington. En sus propias palabras, “Venezuela debe abrirse completamente al mercado global, sin restricciones ideológicas”, lo cual, traducido, significa desmantelar toda forma de soberanía económica y nacional.
Y, sin embargo, esta es la figura que el Comité Nobel decide elevar como “símbolo de la lucha democrática”. No por su valentía, ni por su compromiso social, sino porque encarna exactamente lo que el poder occidental quiere promover: la sumisión disfrazada de disidencia.
No es la primera vez que el Premio Nobel de la Paz se utiliza como arma política. En 2009, el mundo fue testigo del absurdo cuando Barack Obama —recién llegado a la Casa Blanca, sin más mérito que sus discursos— fue galardonado con el Nobel de la Paz. Meses después, su gobierno expandió la guerra de drones en Oriente Medio, autorizó la intervención en Libia, la cual destruyó un país entero, y amplió las operaciones militares en Afganistán y Pakistán, dejando miles de muertos civiles. Todo, bajo la máscara de la “democracia y los derechos humanos”. El Nobel se convirtió entonces en el aplauso institucional al imperialismo de rostro amable.
Algo similar ocurrió con Juan Manuel Santos y el propio Iván Duque, ambos celebrados por sectores internacionales como “constructores de paz” pese a los crímenes y escándalos que los rodean. Duque, protegido del uribismo, dejó tras su gobierno un legado de represión, asesinatos de líderes sociales y corrupción. Durante las protestas de 2021, su régimen ordenó una represión brutal que dejó decenas de muertos y cientos de desaparecidos. Mientras tanto, sus vínculos con el narcotráfico, las empresas contratistas y los paramilitares jamás fueron investigados con seriedad. Aun así, los mismos círculos mediáticos que hoy glorifican a Machado lo presentaron como un “modelo de gestión democrática”.
Es evidente que el Nobel de la Paz ha perdido toda coherencia moral. No premia la paz, sino la obediencia. No reconoce el valor, sino la conveniencia. Se otorga a quienes sirven a los intereses del poder económico global, no a quienes desafían las estructuras de opresión. Lo que debería ser un reconocimiento a la humanidad, se ha convertido en una herramienta de legitimación del saqueo.
Por eso resulta casi grotesco ver a ciertos sectores de la oposición latinoamericana y a sus seguidores en redes celebrando esta designación. Se regocijan, como si se tratara de una victoria para Venezuela o para la democracia. No comprenden —o no quieren comprender— que lo que se está premiando no es la libertad, sino la subordinación. No la justicia, sino la traición.
Ironiza el destino: mientras dentro de Venezuela, María Corina Machado es repudiada incluso por sectores opositores, fuera del país se le erige como símbolo de resistencia. El mismo guion de siempre: el imperio fabrica una “líder” dócil, la prensa internacional la convierte en heroína y los ingenuos celebran, sin ver que detrás del discurso libertario se esconde el saqueo.
El Nobel de la Paz, ese galardón que alguna vez honró a Martin Luther King, a Nelson Mandela, a Rigoberta Menchú, hoy está manchado por la hipocresía. Su brillo es el reflejo del cinismo global, donde las bombas se lanzan en nombre de la paz y los vendepatrias se coronan como libertadores.
Llamar “premio de la paz” a lo que representa María Corina Machado es, simplemente, un insulto a la inteligencia y a la memoria de los pueblos que sí han luchado por ella.
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