El genocidio es genocidio: México ante la urgencia de romper con Israel
Sección: Geopolítica
Publicado el 30/09/2025 —
Por Raúl Barajas
@BarRaul
Nombrar las cosas por su nombre es el primer paso hacia la dignidad política y moral. Por años, el mundo se resistió a llamar genocidio a lo que ocurre en Palestina. Los eufemismos oficiales: “conflicto”, “enfrentamiento”, “defensa de la seguridad nacional” pretendieron maquillar la barbarie, normalizando la masacre. Hoy, por fin, organismos internacionales, gobiernos, académicos y sectores sociales han comenzado a reconocer lo evidente: el genocidio es genocidio. Pero si bien es un avance, no es suficiente. El reconocimiento sin acción es complicidad. México, que tiene una tradición histórica de dignidad internacional, no puede quedarse en la condena tibia. Es momento de romper relaciones diplomáticas y económicas con Israel, y exigir que Benjamin Netanyahu y toda la cúpula política y religiosa de ese régimen criminal sean juzgados en un tribunal internacional por crímenes de lesa humanidad.
La analogía con la Alemania nazi no es gratuita ni exagerada: es dolorosamente exacta. Al igual que Hitler construyó campos de concentración para exterminar judíos, gitanos, comunistas y opositores, Israel ha convertido Gaza en un gigantesco campo de encierro al aire libre, sin agua, sin electricidad, con hospitales bombardeados y miles de niños asesinados. El nazismo usó la narrativa de la “pureza racial” para justificar la barbarie; Israel utiliza la noción del “pueblo elegido” y la seguridad nacional para perpetuar la ocupación, el despojo y el exterminio de los palestinos. La Alemania nazi destruyó barrios enteros en Varsovia; Israel borra del mapa ciudades palestinas, barrio por barrio, dejando ruinas y cuerpos bajo los escombros. La propaganda nazi justificaba la violencia como “defensa del Reich”; hoy, la propaganda israelí justifica el genocidio como “defensa frente al terrorismo”. La semejanza es brutal, y el silencio cómplice del mundo es una reedición de los años treinta.
No basta con indignarse. El derecho internacional no es una declaración poética; es un mecanismo que debe aplicarse. Si los juicios de Núremberg marcaron la condena histórica a los criminales nazis, el presente exige un tribunal internacional que siente en el banquillo a Netanyahu y a todos aquellos que han planificado, ordenado y ejecutado la masacre palestina. Jueces, ministros, generales, rabinos extremistas que bendicen las bombas: todos son responsables. No hacerlo sería aceptar que la justicia internacional es selectiva, que solo se aplica contra enemigos menores y nunca contra quienes cuentan con la protección de Estados Unidos (esto es retórico de mi parte).
México no es ajeno a esta disyuntiva. En los años treinta, el general Lázaro Cárdenas se atrevió a condenar los crímenes del nazismo y del fascismo japonés cuando muchas potencias occidentales aún callaban o pactaban con Hitler. México abrió las puertas a miles de refugiados republicanos españoles cuando Europa les cerraba las fronteras. Esa tradición diplomática de dignidad no fue retórica: fue acción concreta, incluso a contracorriente de los intereses de las grandes potencias.
Hoy, el gobierno mexicano y la presidenta Claudia Sheinbaum tienen frente a sí una responsabilidad histórica. No basta con discursos que reconozcan el genocidio: hay que actuar con congruencia. Eso significa romper relaciones comerciales, económicas y diplomáticas con Israel. Significa denunciar ante las instancias internacionales a Netanyahu como el criminal de guerra que es. Significa colocarse del lado de los pueblos, como México lo hizo en el pasado, y no de los verdugos.
Cada día que pasa, cada bomba lanzada, cada niño palestino asesinado es un recordatorio de que la historia juzgará no solo a los criminales, sino también a quienes callaron, negociaron o voltearon la mirada. El genocidio es genocidio, y llamarlo por su nombre solo tiene sentido si conduce a la acción. México tiene una oportunidad única de estar del lado correcto de la historia. Que no se repita la vergüenza de los que guardaron silencio ante Hitler: hoy, la exigencia es clara y urgente, y su nombre es Palestina.
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