El basurero de las buenas intenciones

Sección: Jalisco se Cuece Aparte

Dicen que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Y en Guadalajara, ese infierno tiene nombre, aroma y presupuesto: Agencia Metropolitana de Gestión de Residuos. Una institución flamantemente nueva que promete solucionar la basura de siete municipios con el método infalible de toda administración desesperada: centralizar lo que no han podido arreglar por separado.
Sí, la basura nos rebasa. Nos respira en la nuca. Nos da la bienvenida cada que salimos de casa y vemos bolsas abiertas, perros contentos y camiones oxidados que pasan cuando ya es demasiado tarde. Se entiende el hartazgo. Se entiende la urgencia. Lo que no se entiende tan fácil es que la solución propuesta suene tanto —pero tanto— al SIAPA, ese primo incómodo que cada tanto se inunda, se seca, se endeuda o simplemente desaparece del mapa… pero sigue ahí, como fantasma caro y con nómina.
La nueva: Agencia Metropolitana de Gestión de Residuos nació entre discursos relucientes y promesas recicladas. Se aprobó por mayoría calificada, con aplausos moderados y un solo municipio levantando la mano para decir: “Gracias, pero no gracias”. Tlaquepaque, en un acto de cordura institucional, se negó a subirse a este nuevo camión. No porque le guste la basura, sino porque sospecha que esta vez, la podredumbre vendrá con membrete, organigrama y contrato multianual.
No es para menos. El historial del Área Metropolitana de Guadalajara (AMG) en cuanto a residuos sólidos parece guion de película:
– Camiones que no pasan.
– Contratos millonarios con concesionarias que ofrecen menos limpieza que trapeador viejo.
– Rellenos sanitarios saturados y otros cerrados a la fuerza.
– Ciudadanos que separan su basura y luego ven cómo todo se junta en el mismo camión, como en una metáfora cruel de la política local.
Frente a eso, el discurso oficial fue claro: “hay que unificar esfuerzos”, “coordinación es eficiencia”, “el problema es metropolitano”. Y sí, hay verdad en eso. Nadie niega que la basura no conoce fronteras: flota entre colonias, se cuela en las banquetas y se acumula en las esquinas como si fueran trincheras invisibles del desgobierno cotidiano.
Pero una cosa es reconocer la complejidad y otra muy distinta es entregarle las llaves del camión a una agencia nueva, con ambiciones viejas y poca claridad sobre cómo funcionará el asunto en la práctica. ¿Quién vigila? ¿Quién paga? ¿Quién decide? ¿Qué se hace con los contratos actuales? ¿Dónde termina la basura… y dónde empieza la responsabilidad?

En los papeles, la agencia suena a promesa progresista: economía circular, reciclaje, separación en origen, infraestructura compartida. Incluso hay Puntos Verdes funcionando ya, donde la ciudadanía puede llevar sus residuos reciclables. Hasta ahora se han recogido unas 7.7 toneladas. Poco, pero simbólico. Una lucecita en medio del basurero. Un aplauso tímido para el esfuerzo ciudadano que, como siempre, camina más rápido que la política.
Lo que preocupa es lo de siempre: que todo eso quede en los discursos de inauguración. Que la agencia termine siendo otro aparato burocrático que resuelva menos y gaste más. Que la coordinación se use como excusa para evadir culpas, no para repartir soluciones. Que el ciudadano, una vez más, quede fuera del mapa.
Y ahí, justo ahí, Tlaquepaque hizo lo que nadie esperaba: bajarse del proyecto con argumentos y con dignidad. Levantó la voz sin show mediático, sin pancartas, sin golpe en la mesa. Sólo dijo: “Esto se parece demasiado al SIAPA. No queremos otro organismo que termine seco de resultados y lleno de nómina”. Un acto sencillo, casi invisible… pero que debería ser ejemplo.
Porque decir “no” también es una forma de gobernar. Y en tiempos donde todo se aprueba con prisa, cuestionar puede ser el gesto más revolucionario.
Mientras tanto, Guadalajara presume su nuevo modelo y pinta sus camiones. Zapopan sigue operando con eficiencia propia. Tonalá busca no morir en el intento. Tlajomulco mantiene sus concesiones. Y la basura, esa sí, sigue su ruta habitual: de la banqueta a ninguna parte.
Eso sí, ahora con logo nuevo.
La pregunta que flota en el aire —más fuerte que el olor de Picachos al mediodía— es si esta agencia metropolitana resolverá lo que prometen… o si será otra caja negra, donde metamos la basura para no verla, no olerla, no tocarla. Y eso, justamente, es lo que no se puede permitir.
No basta con barrer: hay que saber qué se barre, para qué se barre, y, sobre todo, quién se queda con el recogedor. Porque si la intención es noble pero el modelo es opaco, entonces estamos frente al más mexicano de los rituales administrativos: crear una solución para postergar el problema.
En ese contexto, Tlaquepaque —sin discursos heroicos ni fuegos artificiales— dejó una lección simple y valiosa: la limpieza empieza por casa, pero también por no ensuciarse las manos con lo que no huele bien desde el principio.
Y si la historia no la escriben los que se rinden… tal vez esta vez la escriban los que no se tragaron el cuento.
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