La lluvia, el pueblo y una diputada

La lluvia, el pueblo y una diputada

Sección: Opinión

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Publicado el 28/08/2025 — Por Amaury Sánchez
La lluvia comenzó temprano, con esa insistencia que en el sur de Jalisco no avisa ni pide permiso. Goterones densos cayeron sobre Ciudad Guzmán y parecían anunciar que la tarde sería de paraguas, impermeables improvisados y zapatos enlodados. Sin embargo, cuando la diputada federal Clara Cárdenas Galván llegó al foro Luis Guzmán para rendir su primer informe legislativo, allí estaban: maestros con el uniforme de diario, campesinos que bajaron desde comunidades cercanas, colonos de barrios de Zapotlán El Grande, presidentes municipales con la solemnidad prestada de sus trajes, y militantes de Morena con el rostro curtido por tantas marchas, tantos aguaceros, tantas consignas. No todos aplaudían con fervor; algunos se limitaban a mirar con el escepticismo de quien ya escuchó demasiadas promesas. Pero todos permanecieron. Eso ya era un símbolo. La diputada, maestra de formación, recordó sus días en el Zócalo capitalino cuando coreaba con otros: ni la lluvia ni el viento detienen al movimiento. Y en ese momento la tormenta parecía obedecerle: no cedía, pero tampoco dispersaba a la gente. La política se construye de gestos, y ese gesto —una multitud empapada que aguanta hasta el final— no se consigue con acarreados, sino con cierto grado de credibilidad. El mariachi tocó con los instrumentos mojados, el Ejército de Tecalitlán realizó los honores a la bandera con precisión militar, y los presidentes municipales, incómodos bajo los plásticos transparentes que intentaban protegerlos, resistieron. Era, en el fondo, un acto de resistencia colectiva. Clara Cárdenas tomó la palabra. Lo hizo sin grandilocuencias, con voz de maestra que enumera logros frente a un grupo que no debe distraerse. Habló de iniciativas para los pueblos originarios, de la defensa de los maestros y maestras —sus colegas de siempre—, del derecho humano al agua, tan vital en tiempos de sequías y saqueos, y del patrimonio histórico de Sayula, cuyas arcadas coloniales amenazan con venirse abajo mientras el municipio mira hacia otro lado. No eran temas de portada nacional. Eran problemas concretos, cercanos, palpables para quienes escuchaban bajo la lluvia. Y por eso, cada mención encontraba eco en los rostros mojados: los maestros asintiendo, los campesinos cruzando miradas de complicidad, los colonos murmurando entre sí que por fin alguien hablaba del agua no como estadística, sino como vida. La frase que repetía —Le hemos cumplido al pueblo— no sonaba a eslogan ensayado, sino a convicción de quien se empeña en justificar la confianza recibida. En esa reiteración había una apuesta peligrosa: prometer cumplimiento es poner el cuello bajo la guillotina de la memoria popular. El pueblo no olvida cuando se le miente. El cierre fue un refrigerio sencillo en la parte posterior del foro. Pan, refrescos, un café caliente que sabía a victoria compartida. Los asistentes, todavía goteando, formaban filas sin prisa. Allí no había mesas distinguidas ni cercos de seguridad: la diputada se movía entre ellos, saludaba, sonreía, escuchaba. Esa cercanía es un arma de doble filo: construye confianza, pero también multiplica el reclamo directo cuando el tiempo no cumple lo prometido. Lo cierto es que, en esa tarde mojada, Clara Cárdenas logró algo que muchos políticos envidiarían: que la gente no se fuera, que el mariachi siguiera tocando con las manos entumidas, que la política pareciera, aunque fuera por unas horas, un acto de comunidad y no un espectáculo. El sur de Jalisco no es tierra fácil. Entre el desdén de los gobiernos centrales y la sombra de poderes fácticos que operan en silencio, los políticos suelen naufragar antes de consolidarse. Pero aquí está una diputada que, bajo el agua, buscó afirmarse como referente. El riesgo es enorme: sostener el lema de que “se ha cumplido al pueblo” exige más que discursos y más que informes. Exige que los próximos años resistan, como resistió aquella tarde, el peso de la lluvia y la mirada del pueblo que no olvida. Y entonces, quizá, cuando el tiempo haya pasado y la memoria juzgue, se recordará aquella tarde en que Zapotlán El Grande fue testigo de un informe legislativo distinto: no por las cifras, no por los discursos, sino por la gente que, bajo la tormenta, decidió quedarse.